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Actualizado: 19 de junio de 2025
Y era muy difícil defenderse de la embriaguez causada por aquella portentosa armonía de formas, por aquella riqueza de cabellos, de color, de atractivos; por aquella mirada dulcísima y ardiente que le sonreía, le enamoraba, le acariciaba, le chupaba, por decirlo así; por aquella nobleza de lo bello, por aquella magia de lo maravilloso. Encanta una mujer hermosa vestida de blanco ó de negro.
Pero se había olvidado de ello, y como un descuido basta á veces para producir consecuencias inmensas, he aquí que el duque de Uceda, á quien enamoraba doña Ana de una manera doble, como mujer y como instrumento, llegó, abrió, subió y entró en la cámara de la cortesana á tiempo que ésta reconocía al duque de Lerma. Ya hemos dicho que doña Ana estaba aturdida. Ni aun se la ocurrió desmayarse.
Durante la velada, el pintor, a quien Beatriz cada momento más enamoraba a causa de su melancólica hermosura, de sus actitudes de reina en cautiverio, ensayó de interrogar de nuevo a Pierrepont sobre los antecedentes, la situación y el carácter de tan misteriosa y atractiva persona, pero no insistió como advirtiera en las breves respuestas de Pedro que este punto de conversación era para el marqués, si no desagradable, al menos decididamente tedioso.
Vínosela otra vez a las mientes a la bella viuda, que aquel en quien había creído ver a la dichosa persona que la enamoraba, no había sido un hombre, sino un duende, que había tomado aquella apariencia para burlarla y atormentarla, y que, a causa de llevar ella la milagrosa medalla del Santo Oficio, el duende había huido; pero oyó a punto uno como resuello recio de persona que duerme, que allá de lo hondo del oscuro cuarto salía, cosa que doña Guiomar sintió más que si en efecto su enamorado se hubiese tornado en humo y desaparecido; porque quien de tal y tan sosegada y profunda manera se había dormido, cuando ella le había dicho que la esperase, no debía ser muy extremado en amar; que ella sabía muy bien, y a causa de él mismo, que el amor desvela, y tanto más cuanto se está más cerca del objeto amado, y en términos de duda y esperanza.
Yo estaba ciega. Creí ver en V. un hombre extraviado que me enamoraba, que estaba prendado de mí, á quien por amor mío iba yo á cautivar el alma, haciéndola capaz de más altos amores. No advertí que ni siquiera era V. capaz del bajo y criminal amor de la tierra. Usted buscaba sólo la satisfacción de un capricho, un goce fácil, un triunfo de amor propio.
Doña Ana continuó: Amaba yo á don Hugo por cuantas razones puede amar á un hombre una mujer; me enamoraba y me enorgullecía. Pero fuí muy desgraciada en mis amores. No los logré. ¡Cómo! ¿Pues no sois su viuda? Oíd, señor, oíd: cuando estuve ataviada como una dama, don Hugo zarpó de nuevo y tomó rumbo para Barcelona; durante la travesía me trató con el mayor respeto.
A más de la inteligencia, que en edad temprana despuntaba en él como aurora de un día espléndido, poseía todos los encantos de la infancia: dulzura, gracejo y amabilidad. El chiquillo, en suma, enamoraba y no es de extrañar que D. Francisco y su hija estuvieran loquitos con él. Pasados los primeros años, no fué preciso castigarle nunca, ni aun siquiera reprenderle.
Los zapateros frecuentaban todos ó la mayor parte de los sitios de recreo de los marinos, por lo mismo que éstos, dondequiera que los hallaban, los abrasaban á epigramas y los acribillaban á burlas de todos géneros. De aquí la tirria que se profesaban y los bofetones que se sacudían. En las sociedades á las que, como se ha dicho, concurría alguna vez el marino, no bailaba ni enamoraba.
De esta chica se enamoraba un forastero, ignorante de todo lo que pasaba y había pasado en aquella familia; el forastero era guapo mozo, muy honrado y sumamente noble y sencillo de carácter, por todo lo cual la chica llegaba a quererle con todo su corazón... Y aquí entraba la dificultad que había sumido al autor en grandes dudas. ¿Qué hacía con la pareja de enamorados? ¿Conservaba al novio en su ignorancia y los casaba, exponiéndole por toda su vida a la conmiseración ultrajante del público, que estaba en autos, cuando no a más graves peligros si la cabra tiraba al monte a lo mejor? ¿Le enteraba de todo?
Casi me arrepiento de haber querido volver a ser joven. Viejo y retirado del mundo, ni yo me enamoraba de nadie ni nadie me desdeñaba. ¿Qué puedo yo ser en esta nueva vida sino el arrendajo miserable, la mal trazada copia del pobre Bernardín Riveiro? Cálmate, Miguel, y no imagines que debes ser copia de original tan menguado y atribulado.
Palabra del Dia
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