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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Nos cuenta, sin embargo, contradiciéndose, que el Sr. don Emilio Castelar le dió un almuerzo suculentísimo, en el que se sirvieron diecisiete platos, sin contar los postres, que serían, probablemente, cuarenta ó cincuenta, todo ello, para que no se atragantase, remojado con los mejores vinos españoles. Pues qué ¿quería más el Sr. Taylor? También se contradice al hablar de los clubs ó casinos.

Al decir esto se ruborizó fuertemente debajo del embozo, y desprendiendo bruscamente su mano, siguió a su mamá que entraba en el carruaje. Pepa Frías había dicho a su hija: Mira, chica, cuando nos vayamos, deseo que Emilio me acompañe. Estoy nerviosa y no podría dormir si no le ajustase antes las cuentas. No quiero más escándalos, ¿sabes? Le voy a dirigir el ultimatum.

Aunque colocada y movida con suprema elegancia esta Venus, no es una diosa, sino una bellísima mortal. Emilio Michel dice de ella que «no tiene nada común con la divinidad clásica a que nos han acostumbrado las obras de los maestros italianos» . Quien así representaba a los dioses inmortales no había de tratar con mayor consideración a los filósofos que dudaban de ellos.

Pero con esta estratagema, en vez de avanzar retroceden y acaban por desaparecer de escena. Las mujeres sueltan la carcajada. Creo, Escipión, que hay un defecto en tu plan. Queriendo avanzar, hemos retrocedido, que diría Sócrates. EL GRUESO ROMANO. ¡Yo no comprendo! PABLO EMILIO. Señores romanos, ¡seamos valerosos! ¿A qué nos exponemos? ¿A uno o dos arañazos?

Todas estas dificultades ha declarado el mismo Rostand al periodista Emilio Berr, se obviaban sustituyendo á los hombres por animales. ¿Acaso unos y otros, en lo que tienen de más esencial, no son idénticos...?»

Al salir del coche, con el rostro encendido, más hermosa que nunca, le dijo: Sube un momento: tengo que darte el reloj de Irene, que se le ha olvidado ayer. Emilio la subió del brazo y entró con ella en su gabinete. Mientras tanto, Irenita llegaba a casa en un estado de agitación fácil de comprender en una niña tan sensible y enamorada de su marido.

¡Un, dos! ¡Un, dos! ¡En filas apretadas! PABLO EMILIO. ¿Dónde está la mía? ¡Esperad, señores romanos de la antigüedad! ¡Se me ha perdido! ¿Dónde está? PABLO EMILIO. Señora, ¿no la habéis visto? VERÓNICA. ¡Qué bestia eres! PABLO EMILIO. ¿Yo? VERÓNICA. , . ¡Eres un bestia! PABLO EMILIO. ¡Me insultáis, señora!

Emilio, creyendo sin duda que aquel señor vendría a pagárselas, díjole que tenía cuatro, de las cuales era la más antigua la del buffet de un baile dado tres años antes en honra de Currita, y que el día anterior se las había remitido todas juntas por centésima vez, sin haber logrado aún cobrar ninguna.

VERÓNICA. ¡Oh, qué bestia eres! ¿Acaso no ves? ¿Acaso no me reconoces? ¡Oh, querido mío! Hace treinta años que te espero. ¡Aduéñate! PABLO EMILIO. ¿De qué? VERÓNICA. ¡Pues de ! ¡Soy tuya! ¡Dios mío, qué bestia eres! PABLO EMILIO. ¡Pero ésta no es ella! VERÓNICA. , soy ella. PABLO EMILIO. ¡Ca! VERÓNICA! PABLO EMILIO. ¿Vos? ¿Vos sois la que?...

Luego bailaron un vals y un rigodón. Mientras duró éste, Emilio no había cesado de hablarle al oído. Toda la noche la había estado sirviendo lo mismo que un criado, presentándole él mismo las fuentes de confites y frutas heladas. Una vez, al darle una de éstas, le había apretado los dedos; bien lo había visto. ¡Esto era una indecencia! Irenita quería suicidarse.

Palabra del Dia

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