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Asustada del impulso irresistible que sentía crecer en ella, y queriendo substraerse a la tentación de mostrar a Juan la emoción que la embargaba, se levantó y salió del cuarto sin pronunciar una palabra. Juan la vio alejarse y creyó haber perdido para siempre todo lo que le quedaba de ella: su confianza y su amistad.

Y la pobre Jacinta, a todas estas, descrismándose por averiguar qué demonches de antojo o manía embargaba el ánimo de su inteligente esposo.

No, tía; no soy un monstruo, dijo la joven respirando con esfuerzo, tan violenta era la emoción que la embargaba; no, yo no soy irrespetuosa, ni ingrata; pero tampoco ciega ni estúpida. lo que veo y entiendo lo que oigo.

¿Qué hay conmigo? dijo Melchor, saliendo al corredor y revelando en su semblante y en sus gestos la profunda agitación que lo embargaba. Nada, don Melchor... yo quería hablarlo... ¿quiere que vamos para allá? repuso Baldomero señalando hacia la sala. ¡Hable aquí, no más! ¿Qué hay?...

Lo que embargaba el ánimo de todas, llegando hasta producir rivalidades, era una muñeca enorme que D. Agustín Caballero le había mandado a Isabelita desde Burdeos, la cual era una buena pieza; movía los ojos, decía papá y mamá y tenía articulaciones para ser colocada en todas las posturas. De aquello a una criatura no había más que un paso, padecer.

Aquella noche, el exceso de la emoción la tenía semimuda. La dicha que embargaba su alma se traducía, como casi siempre acontece, en un sentimiento de benevolencia hacia todo el mundo. El baile le parecía encantador. Todos los hombres eran chistosos. Todas las mujeres estaban admirablemente vestidas.

Al mutismo obstinado en que yacía sucedió una locuacidad extrema, una charla animada, insustancial, entreverada de carcajadas extrañas en que se placía, desahogando la emoción que la embargaba, estirando sus nervios encogidos.

Nunca pudo cumplir con este precepto del reglamento interior de la casa. Almorzaba a la una, a las dos y algunas veces hasta las tres de la tarde. El sueño le embargaba por la mañana, el letargo más bien, porque era un verdadero letargo el que sentía, un cansancio incomprensible que le privaba de todas las fuerzas.

Mientras procuraba convencerla de su inocencia, prodigábala nuestro joven mil caricias apasionadas, sin miedo ya a ser visto de los transeúntes. El interés de la escena le embargaba. Por otra parte, la noche había avanzado un poco, y las calles que recorrían no eran de las más transitadas. Llegaron a la de las Huertas.

En fin, Ricardo presumía que su amada tenía más cabeza que corazón, o él no sabía lo que se pescaba. Y poco a poco y a impulso de estas dudas que andaban cerca de ser certezas, nació en su espíritu cierto desvío del amoroso recuerdo que le embargaba. Cuando pensaba en la María de otros tiempos, tan alegre, tan gentil, tan bulliciosa, solía enternecerse y derramaba lágrimas.