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Actualizado: 17 de julio de 2025


Dos hombres apoyados uno en otro marchaban invisibles bajo un caparazón que imitaba el pellejo coriáceo de un elefante, moviendo entre las mesas la trompa serpentina del monstruo y sus orejas de abanico.

La espada se le cayó a Morsamor de la diestra; pero, con la rapidez del rayo, y sin dar tiempo a que el elefante le lanzase o le ahogase apretando, le agarró con la mano izquierda de una oreja, y desenvainando con la otra mano el acicalado puñal, que llevaba al cinto, le hundió hasta el puño en la cerviz de aquella fiera, con tino tan eficaz que en el acto perdió la vida, cayendo con estruendo por tierra su espantosa mole.

CIPIÓN. Ansí es; pero bien confesarás que ni has visto ni oído decir jamás que haya hablado ningún elefante, perro, caballo o mona; por donde me doy a entender que este nuestro hablar tan de improviso cae debajo del número de aquellas cosas que llaman portentos.

Su primer marido fué virrey de las Indias, y ella recibió el homenaje de las muchedumbres pálidas y misteriosas en lo alto de un elefante blanco, dentro de un templete de filigrana de oro semejante á un relicario.

Hoy no quedan de las glorias del puchero sino los innobles garbanzos cocidos, capaces de indigestar á un elefante, el vil chorizo y el desvergonzado tocino, que ha perdido su importancia desde que los moros y judíos han aceptado las impiedades de la cocina y la bodega cristianas.

Con todo eso, no cupo el artículo, y hubo que escribir otro más corto, que es ese que habla de la caza del elefante, y el modo con que venció el niño cazador al elefante fuerte. Nadie diga que el cambio no fue bueno. Se ha de conocer las fuerzas del mundo para ponerlas a trabajar, y hacer que la electricidad que mata en un rayo, alumbre en la luz.

Dios les inspire dijo don Cleofás lo que más convenga a su regimiento, como la cristiandad de los regidores ha menester. En acabando de tomar el señor regidor dijo el Cojuelo el agua del don, espera allí un italiano hacer lo mismo con un elefante que ha traído a enseñar a la puerta del Sol. Los más suelen llamarse dijo el Estudiante don Pedros, don Juanes y don Alonsos.

Cada uno de los aparatos era manejado por tres barberos, que rascaban con energía este cutis humano más grueso que el de un elefante del país, llevándose una gruesa ola de espuma, con las cañas negras de los pelos cortadas al mismo tiempo. Abajo, en torno de las piernas del Hombre-Montaña, el desorden iba en aumento. Los jinetes eran escasos para contener la creciente muchedumbre de curiosos.

Solicitado así por el doble interés que me inspiraban el amor á la naturaleza y la simpatía por mi semejante, intenté conocer la vida presente y la historia pasada de la montaña en que vivíamos, como parásitos en la epidermis de un elefante.

La mandíbula batallaba con el chupón; la dentellada cortante y sólida, con la mucosidad fosforescente que resbala y huye; el golpe de cabeza demoledor como un ariete, con el latigazo de los tentáculos, más gruesos y pesados que la trompa del elefante.

Palabra del Dia

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