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Este es un rincón agradable, un refugio dulce, que aún hace más grato la egoísta consideración de que á estas horas sufren toda clase de penalidades millones de hombres y mueren unos cuantos miles por día... Pero de todos modos, no es lo mismo que antes. Hasta el Mediterráneo resulta otro.

No, amigos mios, no: si así fuese, bien sabe Dios que no hallaria aquí gran cosa que admirar. Los hechos no pueden mirarse de ese modo, de un modo egoista. La fábrica de Sevres, como la manufactura de los Gibelinos, tiene un sentido mucho más alto, otra clase de elocuencia social.

Rico por sus padres, vivía sin el encogimiento egoísta que desluce tanto a un hombre joven, mas sin aquella angustiosa abundancia, siempre menor que los gastos y apetitos de sus dueños, con que los ricuelos de poco sentido malgastan en empleos estúpidos, a que llaman placeres, la hacienda de sus mayores.

También ésta se había divorciado, pero murmurábase que algunas experiencias previas de esta formalidad legal la hacían menos inocente y acaso más egoísta, sin que de ello se infiriese que le faltaba ternura ni que estuviera exenta del más elevado sentimiento moral.

Y me digo: «¡Mejor! ¡Mejor! ¡Que se apene! ¡Que padezca! ¡Eso será señal de que me quiere y piensa en miPerdóname. El amor es egoísta. Deseamos la dicha de la persona amada, y, sin embargo, nos complace que padezca y llore como nosotros. ¿Verdad que estás triste, y que hasta tienes ganas de llorar, porque no estoy allí, a tu lado, y no me ves, ni oyes mi voz?

Este reposo y bienestar explican la constancia y el júbilo con que los hombres se ofrecen al sacrificio». «Es muy grande mi felicidad: sin ilusión alguna de mis sentidos ni pensamiento excesivo en propio, ni alegría egoísta y pueril, puedo decir que llegué al fin, a mi plena naturaleza; y que el honor que en mis paisanos vea, en la naturaleza que nuestro valor nos da derecho, me embriaga la dicha con dulce embriaguez.

Al leerlas paréceme tener delante a una hermana cariñosa, encantadora en su tristeza, risueña y llorosa a un tiempo, pidiéndome estrecha cuenta por el abandono de que en medio de mi dolor egoísta la hacía objeto, olvidándome del suyo.

Y este mismo placer, esta complacencia egoísta, que ella no podía evitar, que la sentía aun repugnándole sentirla, era nuevo remordimiento. Se sorprendía sintiendo un bienestar confuso cuando funcionaba en ella la lógica regularmente y creía en las leyes morales y se veía criminal, claramente criminal, según principios que su razón acataba.

Isidora no simpatizaba con el mimado hijo de los Relimpios. Aquella hermosura tan ponderada por D.ª Laura parecíale a ella ordinaria, y los modales y vestir del joven afectados y cursis. En cuanto a las altas cualidades morales y mentales con que, en opinión de la familia, estaba agraciado por Dios, Isidora no comprendía nada. Parecíale el más desaforado holgazán, el más bárbaro egoísta del mundo.

Es una invitación del señor de Argicourt para un Rally-paper, el sábado. ¿Vas a ir? Carlos vaciló un momento. No, tía Liette; mi licencia es corta, y quiero dedicártela entera. Pero yo no quiero ser egoísta y privarte de los placeres de tu edad. ¡Qué buena eres! No es más sino que te quiero mucho. Carlos la contempló con enternecimiento. ¡Oh! , la tía Liette le amaba... ¡Y él a ella!