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Actualizado: 16 de mayo de 2025


¡Virgen de la Soleá! ¡Mis hijos!... ¿Qué van a comé los pobres churumbeles si su pare no pué picá?... Carmen se levantó. ¡Ay, no podía más! Iba a caer desplomada si seguía en aquel sitio obscuro estremecido por ecos de dolor. Necesitaba aire, ver el sol. Creía sentir en sus propios huesos el mismo suplicio que hacía gemir a aquel hombre desconocido. Salió al patio.

Cuando a la caída de la tarde, en el campo, se oye a lo lejos una buena voz cantar el romance con melancólica originalidad, causa un efecto extraordinario, que sólo podemos comparar al que producen en Alemania los toques de corneta de los postillones, cuando tan melancólicamente vibran suavemente repetidos por los ecos, entre aquellos magníficos bosques y sobre aquellos deliciosos lagos.

El canto quejumbroso y melancólico de los pueblos tristes y moribundos, despertaba inexplicables recuerdos, ecos de una existencia anterior. El alma morisca se estremecía en ellos oyendo aquellas coplas de muerte, de sangre, de amores desesperados y fanfarronas amenazas.

Además, la vista de su familia parecía traerle algo de los esplendores de la fiesta, el perfume de las mujeres, los ecos de la orquesta, el voluptuoso desmayo de las amarteladas parejas, el ambiente del salón, caldeado por mil luces, y el apasionamiento de los diálogos.

Cuando hubieron terminado, asomáronse uno y otro sobre las peñas, y, entrelazando sus brazos, la mirada fija en el mismo punto del horizonte, entonaron la siguiente plegaria, con ese acento peculiar del que recita palabras ilustres, cuyos ecos están siempre despiertos en la memoria. Ella dijo: «El amor santo y el insomnio se añudan como una cuerda para darme tormento

La Sanguijuelera, echando la cabeza fuera de la puerta, la despedía con una carcajada que produjo siniestros ecos de hilaridad en toda la calle.

Tañido, misterioso y solemne que anuncia la llegada del día; que repetido de montaña en montaña dice a los moradores de la serranía que Villaverde ha despertado. A los ecos del sagrado bronce contestan el río, la selva, los huertos y las aves.

Y de lejos, por entre el ramaje, arrastrándose sobre las verdes olas de los campos, contestaban los ecos del vals que iba acompañando al pobre albaet hacia la eternidad, balanceándose en su barquilla blanca galoneada de oro.

La rasgadura del aire, repercutida por los ecos de la montaña, se prolonga en inacabables tableteos. Todas las rocas parecen lanzar su trueno á un tiempo.

Hasta los niños lo sabían y repetíanlo todos los ecos. Su palacio era un jubileo de postulantes, un steeple-chase detrás de la cartita de recomendación, de doctorcitos sin conchavo e inútiles de todo pelaje, desde los que no tienen colocación en la estancia, hasta los que estorban en su casa; daba audiencias como un ministro y dos secretarios le asistían en el despacho de su correspondencia.

Palabra del Dia

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