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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Después de inspeccionarlo todo, me volví á mi casa sin haber podido adquirir noticias referentes á la ermita. Una hermosa y risueña alborada como lo son todas en la India, me despertó, oyendo los ecos del lejano volteo de la campanita que convocaba á los creyentes á la misa del alba. Era viernes.
Y tuviste en la lira de Quintana ecos triunfales, resonancias bélicas de estoques y corazas y armaduras que son el timbre perennal de Iberia; en los versos broncíneos de Chocano, fragor de sordas cataratas épicas, algazara de pompas coloniales, rumor de besos y temblor de quenas.
Al subir por entre rotos muros las empolvadas escaleras del sombrío edificio de las Prisiones, resuenan los pasos del extranjero en el seno de la mole granítica y de ladrillo durísimo, produciendo ecos recónditos que parecen los lamentos de las víctimas un tiempo amontonadas bajo aquellas bóvedas tremendas.
Rica por su vegetación en selvas, arbustos, praderas y musgos, la montaña parece pobre de animales: estaría casi completamente desierta si el pastor no le llevara sus rebaños de vacas y ovejas que se ven de lejos, sobre el verdor de los pastos, como puntitos rojos ó blancos, y si los celosos perros de ganado no corrieran continuamente á derecha é izquierda, haciendo repetir sus ladridos á los ecos.
El campesino desciende de la aldea, el arriero camina pausadamente detrás de las mulas y el pastor sigue a sus ovejas. Cada hora que se aproxima es testimonio de otras escenas. Algunas veces una sola ráfaga de aire basta para cambiarlo todo. Todas las selvas se inclinan, los sauces se blanquean en sus copas, los arroyos aparecen rizados en su superficie y los ecos suspiran.
Decíamos que estábamos cerca de la casa del hermano mayor, y esto bien fácil nos es conocerlo, porque distintamente llegan á nuestros oídos los ecos de la marcha de Pan y Toros, tocata ahora en boga en Filipinas, cual lo será Dios mediante, dentro de ocho ó diez años, la jota del Molinero de Subiza, ó la polka de Flama. Ya estamos á la vista de la casa.
En la puerta un presbítero, sentado ante una mesa, golpeaba con una moneda la bandeja de las ofrendas, y aquel choque metálico, acusador del interés, sonaba mal: los muros sagrados lo devolvían en apagados ecos, cual si rechazaran la voz de la codicia humana.
En medio del silencio que reinaba en la iglesia, los sublimes ecos de aquella voz vibraban, repitiéndose en las bóvedas del templo, y murmurando a lo lejos: ¡Ven!... ¡ven!... Farinelli sucumbía a la profunda emoción que experimentaba, y, tendiendo sus brazos, cayó desvanecido. Interrumpiose la ceremonia.
En su presencia sintió impresión muy distinta a la que le había inspirado el poema Amor y muerte, que pocos meses antes había publicado cierta revista literaria titulada Los Ecos del Manzanares: sintió frío y miedo y apego sin condición a la vida, de la cual tantas veces había maldecido en verso.
Todo Oriental que abrigaba De la libertad el fuego, Bajo el pendon de la gloria Iba á desnudar su acero, Lleno de noble energía, Y de patriotismo lleno. Campon tranquilo vivía Bajo del paterno techo: Ciñóse al punto su espada, Montó un veloz parejero, Y voló do le llamaban De la corneta los ecos.
Palabra del Dia
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