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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Avanzó resuelto, y cogiendo con mano trémula el aldabón de hierro que pendía de la puerta, dio un recio golpe, que, retumbando en la desierta nave de la iglesia, fue devuelto en seguida por los ecos más prolongado y más nutrido.
Seguramente la venerable hechicera había oído también el grito del Sr. Dimmesdale y creyó que era, con la multitud de sus ecos y repercusiones, el clamor de los demonios y de las brujas nocturnas con quienes, como es sabido, tenía la costumbre de hacer excursiones á la selva.
Hay en él voces misteriosas, angélicas, ungidas; iniciaciones de todos los arcanos; ecos del cielo, de la tierra y también del infierno.
Entónces, el capitan, colocándose á la proa, mandó la operacion que ordinariamente se hace en estos casos, consistente en herir de minuto en minuto con un martillo una campana de metal, cuyos ecos anuncian la marcha del buque, con objeto de evitar un choque con cualquiera embarcacion, cosa que fácilmente sucederia sin este aviso.
Sus pensamientos suelen dilatarse, dentro de nuestra alma, con ecos tan inefables y tan vagos, que hacen pensar en una religiosa música de ideas.
La campana de la aldea sonaba festiva, y el viento matinal, fresco e impetuoso, traía hasta allí las mil voces de los templos villaverdinos; música incomparable que repetida por los ecos parecía el canto de los valles y de los bosques. A poco descubrí el caserio, las torres y las cúpulas en cuyos azulejos centelleaba el sol. Media hora después estaba yo al lado de mis tías.
Subieron por una escalera de ecos despiertos, grande como una calle en pendiente, con revueltas anchurosas que permitían en otros tiempos el paso de las literas y sus portadores.
Entonces, hendiendo el aire pausada y dulcemente, llegó hasta los oídos del cura el tembloroso tañer de una campana, cuyas voces debilitaba la distancia, confundiendo con sus propios sonidos las huecas repeticiones de los ecos. ¡La oración! dijo Lázaro. ¡Si pudiera rezar!
El alegre volteo de la campana cede en esos cortos momentos sus bulliciosos ecos á las tristes, melancólicas y pausadas notas que se desprenden del bronce, yendo á mezclarse con el Ángelus que murmura la lengua y el recuerdo que despierta la mente.
El músico cerraba los ojos, creyendo escuchar aún en el silencio la voz cascada e imperiosa del maestro. ¡Oh! ¿dónde estaba? ¿Desde qué estrella seguía atentamente esa inmensa melodía de los astros, cuyos ecos sólo podía percibir su oído?
Palabra del Dia
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