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Actualizado: 12 de mayo de 2025


En aquel cerebro yermo y duro, cuando llegaba a retoñar una idea, echaba raíces tan hondas, que no había huracán ni cataclismo que la arrancase. Pepet sería cura y correría mundo. Margalida la guardaba para un labrador que agrandase las tierras de Can Mallorquí al heredarlas. El Capellanet inquietábase al pensar en quién podría ser el favorecido por Margalida.

Echaba en cara a Febrer su origen y su orgullo, que le habían impulsado a huir sin despedirse de los amigos. «Al fin, de raza de inquisidoresSus abuelos habían quemado a los de Valls: ¡que no lo olvidase!

Don Camilo, en un grupo, conversaba con los padres de Valentina; Martín, que se había separado de ellos, porque era gran fumador, echaba, escondido entre los árboles, grandes bocanadas de humo. Valentina y yo mirábamos la noche que empezaba a caer, desde una glorieta formada por madreselvas y jazmines que quedaba a un extremo del jardín. ¿Ha estudiado astronomía usted, Julio? me decía.

Plácido no había nacido para el presidio de una tienda. Su elemento era la calle, el aire libre, la discusión, la contratación, el recado, ir y venir, preguntar, cuestionar, pasando gallardamente de la seriedad a la broma. Había mañana en que se echaba al coleto toda la calle de Toledo de punta a punta, y la Concepción Jerónima, Atocha y Carretas. Así pasaron algunos años.

Aunque iba aseado y vestido a la europea, yo me lo representé, no bien supe su nombre y su origen, como si fuera el propio Adán que acababa de ser echado por segunda vez del Paraíso. Y no era quien le echaba un querubín con espada de fuego, sino su tío el doctor López.

Y dando la vuelta continuó afeitándose. Pues hacía ya tiempo dijo Miguel, después de dar otras cuantas vueltas por la habitación que echaba de menos aquí unas banderillas. Me extrañaba que teniendo tantas cosas de toros, no hubiera por lo menos un par.

La señora no estaba, pero estaba el señor, el cual me recibió de una manera amabilísima, porque creyó tal vez que iba á pagar; pero luego que se hubo enterado del asunto, de l'affaire, como dicen aquí, frunció el entrecejo, agrió la voz, y se ladeó un poco, cual si quisiera significarme que mi reclamacion era cosa que él se echaba á la espalda.

Fueron así separándose; del cuñado pasó la antipatía a la hermana, Gregoria, que se ponía siempre del lado del marido, y que con su genio altanero lo echaba todo a perder, y se declararon una guerra sorda, agravada por las demoras de la testamentaría y la actitud insolente de Bernardino, que tomaba disposiciones sin la intervención de los herederos, estallando durante la enfermedad de Pilar.

No los previó y te dejó a obscuras. Nuestro tutor, en los largos sermones que nos echaba, jamás tocó este punto. ¿Cómo habían de calcular el Padre Ripalda ni nuestro tutor que ibas a pasearte en el Buen Retiro, y que ibas a ser perseguida por un Condesito, buen mozo, elegante, ilustre, con coche y con más de 15.000 duros de renta?

Apenas se detenía en la puerta de la cocina, apoyando un codo en el quicio y obstruyendo con su cuerpo la entrada da la luz solar, el viejo echaba mano á la botella de caña, preparando un «refresco» ó un «caliente» en honor del segundo. Bebían con lentitud, interrumpiendo el paladeo del líquido para lamentarse de la inmovilidad del Mare nostrum. Hacían cuentas, como si el buque fuese suyo.

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