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Actualizado: 21 de octubre de 2025


Al pasar cerca de , no si sintió mi respiración o el roce de mi cuerpo contra la pared, porque me era imposible permanecer en absoluta quietud. Estremeciose toda, miró al rincón, y de seguro me vio, es decir, vio un bulto, un fantasma, un ladrón, cualquiera de esos vestigios o imaginarios duendes de la noche, que asustan a los niños y a las muchachas tímidas.

Pasaron así días, semanas y meses, siempre la misma cosa, sin dejarse ver la dama más que de bulto entre dos luces, cuando salía de la silla de manos, en la catedral, y volviendo a sepultarse una hora después en el silencio y en el retiro de su casa, que permanecía cerrada, ni más ni menos que cuando se decía estaba habitada por duendes; al jardín no salía de día: sólo algunas noches de luna solía verla Viváis-mil-años, vestida de blanco y vagando como un fantasma, yendo al cabo a sentarse en un poyo de piedra junto a la fuente, permaneciendo allí largo tiempo inmóvil, hasta que, al fin, se levantaba, y en paso lento atravesaba el jardín y se metía en la casa: la luz de la luna no había sido bastante para que Viváis-mil-años hubiese visto su rostro.

Coloráronse súbitamente las mejillas de Margarita, y un súbito temblor acometió a Cervantes, que en los ojos de Margarita vio algo que, yendo más allá de lo humano, divino parecía, y que le atraía con una no conocida fuerza, y de tal manera, que el uno dio en los brazos del otro, y sus labios se unieron, y ella, desfallecida sobre el hombro de Cervantes, reclinó su hermosa cabeza, y suspirando le dijo: Mi esposo sois, que ya de ello con vuestros labios y con vuestro abrazo me habéis dado testimonio; y ved lo que hacéis, señor mío, de mi alma, que aquí de celos fallezco y de espanto me muero; que de vos doña Guiomar está enamorada, y duendes hay en esta casa, y yo no tengo como ella medalla de la Inquisición que de los duendes me defienda.

Y conocedor yo de este suceso, y empleándome como me empleo en el estudio de los duendes, según lo testifica mi ya celebérrimo libro El ente dilucidado, he venido por aquí a ver si me pongo en relación con el duende que visita a doña Eulalia y logro arrojarle de su lado, valiéndome de los medios que me suministra la ciencia.

Perdonadme, señora, dijo el familiar, que yo creo que los duendes de esta casa maldita se han metido en , y me han obligado a hacer y decir contra mi voluntad lo que he hecho y dicho; pero ya veis que a la razón vuelvo, que respetuoso os hablo, que humillado perdón os pido; y el que esta influencia infernal que me ha dominado no haya persistido, consiste en que yo llevo conmigo un preservativo contra toda hechicería y maleficio, y esos demonios familiares, que se llaman vulgarmente duendes, han huido lanzados por la virtud de ese bendito preservativo.

Yo he demostrado que no son diablos, ni almas en pena, sino criaturas sutilísimas e invisibles, casi siempre traviesas y alegres, que se engendran en lo más delgado del aire. Agradecidos los duendes, ¿qué tiene de particular que acudan a conversar conmigo?

El avisado lector, que no puede creer en duendes ni en demonios coronados, y que, como es de moda en estos tiempos de civilización, acaso no cree ni en Dios, habrá sospechado que es un ladrón el que se introduce por la claraboya de la iglesia. Piensa mal y acertarás. En efecto. Nuestro hombre con auxilio de una cuerda se descolgó al templo, y con paso resuelto se dirigió al altar mayor.

Palabra del Dia

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