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A usted los que le hacen daño son los ayacuyás, y hay que curarla de sus flechas. Ella conocía perfectamente á los «ayacuyás», duendes indios tan minúsculos, que una docena de ellos caben sobre una uña, armados con arcos y flechas, y á cuyas heridas hay que atribuir la mayor parte de las enfermedades.

Poco después el almirante, vestido de gala, salió en medio de los duendes, que sin más ceremonia lo suspendieron como un racimo. Con tales declaraciones la justicia se quedó a obscuras y no pudiendo proceder contra los duendes, pensó que era cuerdo el sobreseimiento.

Para vencer a los duendes del azar hay que tener un espíritu fuerte y sereno, como para dirigir multitudes. La voluntad y el ingenio pueden vencer a la mala suerte. El libro lo vende el editor Pueyo. Pero conste que no es réclame. No tengo el menor interés por éste ni por el otro editor. El librero, comerciante del cerebro ajeno, realiza el milagro de comer de los libros sin saber leer.

Fray Domingo oyó con atención todo esto y mucho más que dijo fray Antonio, y acabó por convencerse de que había duendes; unos prosáicos, otros poéticos como el de D. Pedro y doña Eulalia, sin que la teoría de fray Antonio pugnase en manera alguna con la verdad católica, pues redundaba en mayor gloria de Dios, hasta donde alcanza a concebirla el limitado entendimiento humano. El Sr.

El virrey se quedó algunos segundos pensativo; y luego, levantándose de su asiento, puso la mano sobre el hombro de su secretario: Amigo mío, lo hecho está bien hecho; y mejor andaría el mundo si, en casos dados, no fuesen leguleyos trapisondistas y demás cuervos de Temis, sino duendes, los que administrasen justicia.

Celosa andaba doña Guiomar, porque poco recatado Cervantes, atraído por aquellos dos opuestos polos entre los cuales se encontraba, y aunque más cerca de doña Guiomar, no muy distante de Margarita, había mirado más de una vez a esta con encendido ahínco, y hartas señales había dado Margarita, aunque sin pensarlo, del amor que por Cervantes se había encendido en su pecho; todo lo cual había nublado y ennegrecido los inquietos espíritus de doña Guiomar, y por esto, como se ha dicho, de duendes había hablado y había sacado la medalla, para que de ella, y por su propia voluntad, se apartase aquella su negra enemiga.

Y con esto, buenas noches y que Dios y Santa María nos tengan en su santa guarda y nos libren de duendes y remordimientos. CRÓNICA DE LA

¿Preservativo tenéis contra diablos familiares? dijo doña Guiomar. , señora, contestó el señor Ginés de Sepúlveda, y ese preservativo es la medalla, que con la cruz dominica, que como sabéis es la cruz de la Inquisición, llevo pendiente de este cordón sobre el pecho. De suerte, que si yo llevara pendiente de la garganta esa medalla, libre de duendes estaría, dijo doña Guiomar.

El castellano del Real Felipe, que no tragaba rueda, de molino ni se asustaba con duendes ni demonios coronados, dióse a cavilar en los fantasmas, y entre ceja y ceja se le encajó la idea de que aquello trascendía de a legua a embuchado revolucionario.

En mi mano hubo temblores febriles, miedo de no encarnar nunca en las palabras sutiles la voz de mi vida; el miedo de un bebé de cuatro abriles a las brujas y los duendes de los cuentos infantiles. ¿Qué escribir? ¿Qué pensamientos consignar en aquel trozo de papel? ¿Mis ilusiones? ¿La hora triste o la del gozo?