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Actualizado: 30 de septiembre de 2025


El sol ilumina oblicuamente todas las volutas de bruma que se elevan en aquel mar: los matices dorados, purpurinos y sonrosados que se mezclan con el blanco puro, varían hasta lo infinito la apariencia de la niebla flotante. Proyéctase á lo lejos sobre los vapores la sombra de los montes y varía incesantemente con la marcha del sol.

Junto al agua, á lo largo del puerto, estaban las construcciones europeas, las casas de comercio con sus rótulos dorados, los hoteles, los Bancos, los cinematógrafos y cafés-concíertos, y una torre macíza con otra más pequeña superpuesta: la llamada Torre Blanca, resto de las fortificaciones bizantinas. En este caserío europeo se abrían portillos obscuros.

Pytágoras, la cabeza mas matemática que haya producido el mundo, sin escluir la de Pascal, continuó pensando en verso, y en verso continuó hablando á sus discípulos, que en sus Versos Dorados nos han transmitido las lecciones de aquel gran maestro y de su inmortal escuela. Hasta la época de Platon no se acreditó la prosa entre los filósofos griegos.

¡Yo, ministra! exclamó . ¡Y tendré coches, y los lacayos se me quitarán la chistera con galones dorados, y mi tío el Federal se quedará con un palmo de boca abierta cuando pase en carretela por la Puerta del Sol, frente a su oficina!... ¡Y irás a Palacio y te tratarás con las grandes damas, y...! El rostro de Feli pareció entenebrecerse.

Maltrana vio una aguda punta oxidada saliendo del muro, sobre la cabeza de Zaratustra. La miró de cerca: era una jeringa. Más allá brillaban dos azulejos de reflejos dorados y surgía un brazo femenil de color de bronce, que, sin duda, había sostenido una lámpara de gas en algún café.

Subí por una escalera de mármol igualmente, acompañado del criado que salió a abrirme. En lo alto de ella estaba Isabel, sonriente y hermosa, que parecía un sueño. Vestía una bata blanca con adornos azules, y sus dorados cabellos caían en gruesa trenza sobre la espalda, con un lacito azul también en la punta. Comprendí mejor que nunca el loco amor de mi amigo Villa.

Vió también, al hacer un movimiento este animal, que tenía cabeza de gato, con bigotes hirsutos y unos ojos verdes que esparcían reflejos dorados. Rosalindo conocía á esta bestia y no le inspiraba miedo. Era un puma que parecía dudar entre la audacia y el temor, entre la acometividad y la fuga.

Es un templo remendado, construido en el sitio de la gran mezquita, con una mezcla informe de obras góticas en la forma general y complementos del Renacimiento, como la cúpula; donde se ven las ogívas góticas mano á mano con las molduras y los dorados de orden compuesto, clamando á Dios unas y otros contra los incongruentes arquitectos.

La miraba, queriendo adivinar en vano los pensamientos que se revolvían tras sus ojos verdes y dorados como el mar bajo el sol de mediodía. ¡Qué aventuras debían ocultarse en el pasado de aquella mujer! ¡Qué novelas dormirían ocultas en el tejido de su vida!... Así transcurrieron los días, hasta el momento de la elección de Rafael.

En esto, un trompetazo desgarrador, insolente, brutal, cortó el ambiente de músicas sensuales y danzas voluptuosas con que se adormecían los humanos. Y la gente feliz corrió de un lado á otro, en pavoroso revoltijo, como los pasajeros de un trasatlántico que bailan en los dorados salones, vestidos de etiqueta, y de pronto escuchan, la voz de alarma de un tripulante: «¡Fuego en las bodegas

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