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Actualizado: 19 de junio de 2025
La nihilista contestaba al juez sin mirar a su cómplice. Sólo cuando el juez se dirigió a éste para preguntarle si todavía negaba, volvió la cabeza y clavó en él la vista. ¿Es o no su querida? repitió Ferpierre mientras los dos se miraban fijamente, la mujer con serenidad dominadora, el Príncipe titubeante y turbado. Por último, el joven inclinó la cabeza como si confesara.
Una frase que no había recordado nunca cruzó ahora su pensamiento: «El caballero debe ser bueno y no abusar nunca de su fuerza.» Estaba seguro de que su padre le había dicho esto siendo él niño... Pero á continuación, la dualidad que existía en su interior se expresó por medio de otra voz más fuerte é imperiosa, una voz femenina igual á aquella otra que le aconsejaba en su juventud: «Gasta, no te prives de nada, colócate sobre todos; piensa siempre que eres un Lubimoff.» Y vió á la difunta princesa, no de María Estuardo, con su luto teatral, sino dominadora y todavía bella, lo mismo que cuando aterraba con sus cóleras á su esposo «el héroe» y ponía en revolución el palacio de París.
La capital dominadora y triunfante parecía abrumar el espacio con su pesada grandeza. Reía, destacándose sobre el azul del cielo, con el temblor de las grandes vidrieras de sus palacios heridas por el sol, con la blancura de sus muros, con el verde rumoroso de sus jardines, con la esbeltez de las torres de sus iglesias.
Si se ha de juzgar con alguna exactitud la clase de enemigos con que allí nos tocó combatir desde los primitivos tiempos de nuestra dominación en el Archipiélago, y cuyos restos, refugiados hoy en el centro de Mindanao, se aprestan á lucha heróica con valor jamás desmentido, es necesario investigar en el terreno de la historia su procedencia, para venir en conocimiento de que la raza dominadora de aquellos ricos territorios, la que dirige y alienta por ideal egoista perfectamente definido, á gran porción de oborígenes el del dominio y defensa de intereses creados con inteligente dirección, es la árabe, cuya autoridad de potencia religiosa y cuyos usos y costumbres ha aceptado.
Todo ello entendido á la letra, podrá ser ilusión ó sueño vano; pero, como figura, expresa enérgicamente la virtud taumatúrgica de la fe que tienen los hombres en el genio superior y en los altos destinos del pueblo á que pertenecen: fe dominadora de los númenes, que los evoca, los atrae y se los gana para aliados y para amigos.
Y lo que se afirma aquí de los individuos, con más razón puede afirmarse de grupos o colectividades organizadas. ¿Qué ciudad moderna, sin excluir a Florencia y a París, crea una cultura filosófica, literaria y artística, tan original y con tan pocos precedentes y elementos exóticos, como la de Atenas en tiempo de Perícles? ¿Ni qué nación, por último, por dominadora y fuerte que sea en el día, podrá soñar con gloria y poder que equivalgan a los de Roma, que no siendo más que una ciudad se enseñoreó de lo mejor del mundo, le dio leyes e idioma y fundó un Imperio que duró no pocos siglos?
La patria de la vid y la verbena, que fía a la guitarra su honda pena, dominadora de la Argel moruna, la que las tierras incas civiliza, hidalgo pueblo, de otros cien nodriza, única madre que meció mi cuna.
Ojeda dejábase vencer de nuevo con cualquiera de estos incidentes. Al llegar a tierra sería otro hombre, recobraría su fidelidad; pero aquí estaban en pleno Atlántico, y ¡quién sabría nunca lo que ocurriese!... Había que entregarse a su destino; seguir las sugestiones irresistibles del «gran impuro». Y Maud la dominadora le veía otra vez sujeto a su encanto atormentador.
Le repugnó confundirse con la muchedumbre que vagaba por los alrededores del Casino. Su deseo de no seguir adelante le sugirió una idea. «¿Si fueses á sorprender á Alicia en su casa?... ¡Lo agradecería tanto!» Dos veces más había estado en Villa-Sirena. Miguel encontró á «la Generala» menos hostil y dominadora que la había imaginado; pero no pudo comprender el apasionamiento de Castro.
En El licenciado Vidriera, una de sus novelas, la llama dominadora del mundo y reina de las ciudades, y añade que así como de las garras del león se deduce cuál es su fuerza y su grandeza, así se reconoce la de Roma por sus fragmentos de mármol, sus techos caídos y arruinados baños, sus magníficas columnatas y grandes anfiteatros, y por la corriente sagrada, cuyas orillas santifican innumerables reliquias de mártires, sepultados en sus olas.
Palabra del Dia
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