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Actualizado: 3 de junio de 2025
34 Pero cuando conocieron que era judío, fue hecha un voz de todos, que gritaron casi por dos horas: ¡Grande es Diana de los efesios! 35 Entonces el escribano, apaciguando al pueblo, dijo: Varones efesios ¿y quién hay de los hombres que no sepa que la ciudad de los efesios es honradora de la gran diosa Diana, y de la imagen venida de Júpiter?
Del amante apasionado que se arrodillaba ante ella con la embriaguez de la carne, llamándola Venus, quedaba muy poco... ¡Pobre Venus! La diosa deformábase con la maternidad. Una hinchazón monstruosa rompía las líneas armónicas y dilataba las curvas admirables. Aquellas botas color limón que eran el orgullo de Feli ya no entraban en sus pies.
Vamos, señor D. Elías dijo éste descontento. ¿Qué hago yo con cinco onzas? Por cinco onzas se vende la diosa misma de la libertad, replicó Elías sin mirar al cafetero. Quite usted allá: aquí hay patriotas que no dirán "viva el Rey" por todo el oro del mundo. Si: es mucha entereza la de esos señores exclamó Elías con un acento de ironía que debía de ser el acento habitual de su palabra.
Vamos, que aún puedo yo dar lecciones a esta gente». Mirando y remirando los ojos de Isidora toparon con el Cristo de Velázquez, y estaba ella muy pensativa tratando de averiguar qué haría nuestro Redentor entre tanta diosa, cuando entró Joaquín.
Don Jacobo, en su jaula, ya no cantaba, y tendido e inmóvil contemplaba sobre su cabeza la pintura en colores chillones de una ninfa o diosa de la mitología. Quizá por primera vez, se le ocurrió que jamás había visto una mujer semejante, y que si la viera, probablemente no se enamoraría de ella. Tal vez le preocupaba otra especie de beldad.
La diosa, vencida de tanta humildad, solía tenderle una mano y levantarle haciéndole jurar que no volvería más a quebrantar sus preceptos. De muy buen grado lo haría Miguel si no se huyeran de este modo los misteriosos deleites que gozaba en sus enojos.
¡Oh! no lo creo dijo Dorotea con una anhelante candidez. ¡Si habéis causado en él una impresión terrible! Qué hermosa es esa joven, me decía mientras vos estábais fuera; no puedo mirarla sin enternecerme... sus miradas me vuelven loco... necesito que esa mujer... esa diosa, no viva más que para mí. Os lo repito, don Francisco.
Su traje tenía que ser por fuerza muy sencillo; casi siempre un vestido negro sin adornos; algunas veces lo cambiaba por otro tornasolado que modelaba finamente su soberbio busto de diosa, realzando cada uno de sus movimientos a un metálico rielar.
Era su paso el de una diosa que se digna bajar por un momento del trono de nubes para recrear y fascinar a los mortales, que al mirarla se embebían y daban fuertes tropezones. ¡Madre mía del Amparo, qué mujer! exclamó en voz alta un cadete agarrándose a su compañero como si fuese a desmayarse del susto.
Gutiérrez no había sabido despertarla... Gutiérrez no me había dado la ardiente vida que yo necesitaba... El público entretanto me aplaudía... los poetas me dedicaban madrigales... yo era Filis, Venus... sol... luna... lucero ya era la incomparable Dorotea... la diosa del teatro.
Palabra del Dia
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