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Actualizado: 24 de junio de 2025
Casi como en un instante comenzó el hielo a entumecer los cuerpos ya entristecer nuestras almas, y haciendo el miedo su oficio, considerando el manifiesto peligro, no nos dimos más días de vida que los que pudiese sustentar el bastimento que en el navío hubiese, en el cual bastimento desde aquel punto se puso tasa y se repartió por orden, tan miserable y estrechamente, que desde luego comenzó a matarnos la hambre.
Entramos en el pueblo, y vimos la mayor multitud de indios, que jamas habiamos hallado tantos juntos; y congojados dimos aviso al general para que nos socorriese luego. El general se puso en marcha aquella misma tarde, y llegó á nosotros entre tres y cuatro de la mañana.
En otra galería del mismo pasaje, nos dimos de cara con otro rótulo que promete tres platos fuertes, vino de Burdeos y sorbete al fin, todo por tres francos. Subimos al piso principal; al entrar nos dieron una contraseña, y á poco se presenta un garçon con frac negro y corbata blanca.
Al salir dimos la targeta al contralor, cuyo oficio consiste en darlas en blanco, y recibirlas con el sello encarnado; penetramos á duras penas á través de la gente que entraba, y, quede aquí escrito en gloria de Duval, amo del establecimiento, esta comida ha sido la menos repugnante á nuestro gusto, por ser la que menos repugna á la cocina española.
En esto un bergantin vimos venia, El cual á Santa Fé ha descendido, Y viendo que Garay bajado habia, En seguimiento suyo habia venido. Con socorro el Teniente se le envia De la Asumpcion, que aquesto hubo subido: Juntòse con nosotros el navio, Y dimos en un hondo y chico rio.
»En todos nuestros discursos dimos muy lejos de la verdad del caso; y así, todo nuestro entretenimiento desde allí adelante era mirar y tener por norte a la ventana donde nos había aparecido la estrella de la caña; pero bien se pasaron quince días en que no la vimos, ni la mano tampoco, ni otra señal alguna.
Políticamente dimos las buenas noches, y en efecto, buena la fué para mí, pues no tardé en quedarme dormido el tiempo que invertí en contar unos cien golpes de la hélice, golpes que entre sueños los asemejaba yo á otras tantas pulsaciones de aquel monstruo de hierro, en cuyas entrañas dormía con la tranquilidad del que jamás había roto un plato.
Dimos voces, y él, alzando la cabeza, se puso ligeramente en pie, y, a lo que después supimos, los primeros que a la vista se le ofrecieron fueron el renegado y Zoraida, y, como él los vio en hábito de moros, pensó que todos los de la Berbería estaban sobre él; y, metiéndose con estraña ligereza por el bosque adelante, comenzó a dar los mayores gritos del mundo diciendo: ¡Moros, moros hay en la tierra! ¡Moros, moros! ¡Arma, arma!
El pincel de Celestino entraba y salía por los lienzos de Currita con tanta frecuencia y libertad, que al terminar esta sus cuadros podía repetir, con harta razón, lo que dijo el monaguillo de marras: «Yo y el cura le dimos los Sacramentos».
Elevándonos todos a consideraciones generales, dimos al asunto tanta amplitud y transcendencia que vino a contener toda la estética literaria o dígase toda la filosofía del arte de la palabra, singularmente aplicada a la novela. Interminable tarea sería seguir discutiendo de esta suerte, y convendría para ello escribir libros y no breves artículos de periódico.
Palabra del Dia
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