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La democracia, a la que no han sabido dar el regulador de una alta y educadora noción de las superioridades humanas, tendió siempre entre ellos a esa brutalidad abominable del número que menoscaba los mejores beneficios morales de la libertad y anula en la opinión el respeto de la dignidad ajena.

A su amor contribuyeron, tanto como la figura de Julia, la misteriosa situación en que esta se encontraba y la facilidad con que su propio ánimo se dejaba influir y dominar por todo lo extraordinario y anormal: sintió un afecto formado de simpatía y de piedad, robustecido por la prudencia forzada, y finalmente poetizado por aquella aureola de dignidad y desgracia en que veía envuelta a la mujer querida.

Es preciso ofrecerle también aquella limosna que vale más que todos los mendrugos y que todos los trapos imaginables, y es la consideración, la dignidad, el nombre. Yo daré a mi pobre estas cosas, infundiéndole el respeto y la estimación de mismo. Ya he escogido a mi pobre, María; mi pobre eres .

Mucho se hablaba de los éxitos obtenidos en esas lides por el marqués de Pierrepont, si bien él, conduciéndose con caballeresca discreción, jamás confesó ninguno, por más que en lo que se decía mucho debía haber de verídico y auténtico; en resumen, no era un libertino, y aun puede asegurarse que había en él un fondo de seria dignidad que comenzaba a alarmarse de esos devaneos a que tarde o temprano lleva fatalmente la soltería.

El conde de Pópoli me aguardaba con impaciencia, y le conté el mal éxito de mis gestiones y la poca esperanza que debía tener; mientras hablaba, entró en el patio un carruaje. »Las puertas del salón se abrieron, y vi aparecer a Carlos, el cual se presentó en casa de mi marido, sereno y con la mayor dignidad.

El torero se puso unos guantes blancos y agarró el alto bastón, signo de dignidad en la cofradía: una vara forrada de terciopelo verde, con contera de plata y rematada por un óvalo del mismo metal. Eran más de las doce cuando el elegante encapuchado se encaminó a San Gil, por las calles llenas de gentío.

A ratos se acordaba de don Juan, imaginando que la jugarreta tenía muchísima gracia; y cada vez que al recostarse se hundían, bajo su peso, los muelles de las butacas, creía sentarse sobre la propia dignidad de su enemigo.

Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados.

Aquel noble esposo a quien debía la dignidad y la independencia de su vida, bien merecía la abnegación constante a que ella estaba resuelta. Le había sacrificado su juventud: ¿por qué no continuar el sacrificio? No pensó más en aquellos años en que había una calumnia capaz de corromper la más pura inocencia; pensó en lo presente.

Que perdonaran la ciencia y el señor Aguado... pero él también se sentía lleno de confianza en presencia de aquel ignorante tan práctico, por más que un día lejano le había condenado a él falsamente a la esterilidad de su mujer. Aquel era el falso profeta que le había arrancado la esperanza de ser padre, a llegar a la dignidad que le parecía más alta.