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Actualizado: 26 de julio de 2025


El sonrosado de la aurora se diluye gradualmente en la celeste diafanidad cenital, como si aquella coloración rojiza del primer instante hubiera sido absorbida por el mismo sol, de tal modo a su paso el rojo de su propia irradiación se desvanece y el contorno de la inextinguible hoguera se destaca nítido en la eucarística limpidez del cielo. Es la hora de las grandes honestidades...

Hemos hablado mucho de su aire franco y cariñoso, de la trasparencia que creimos ver en su cútis, de una diafanidad especial que está pintada en todo su semblante, como si participara en cierto modo de la inmensidad de la muerte. De idea en idea, de reflexion en reflexion, hemos llegado á hacer casi una anatomía de la vejez.

¡Y qué ambiente!... ¡Qué diafanidad!... ¡Ya por aquí sólo se toma olor a flores, a yuyos, a campo, a naturaleza! ¿No se toma olor a ciudad? ¿Qué raro, eh?... dijo riendo amablemente Ricardo. ¡Eso es! No se toma olor a ciudad; es decir, olor a bodegones, a cloacas, a hoteles, a multitudes. ¡A multitudes!... pero ¡qué buena observación! ¿Conque no hay multitudes en despoblado?

Tenía el ambiente una cristalina diafanidad, una templanza gozosa. Las praderas, enverdecidas con un pálido color de esmeralda, ofrecían suavidad fonge y amable, y en los hondones del terreno alzaban los arroyos su plácido son.

Oía la frailuna voz de la devota; veía extraños y complicados resplandores, partidos de la lámpara del viejo; veía la rojiza diafanidad de sus orejas como dos lonjas de carne incandescente; veía la enormidad de su calva iluminada como un planeta; y por último, todos estos confusos y desfigurados objetos se desviaban, dejando todo el fondo obscuro de las visiones para la imagen de Clara que, no desfigurada, sino en exacto retrato, se le representaba, alzando la vista de una labor interrumpida para mirarle.

La fachada luce hojarascas y filigranas del Renacimiento; la torre, cuadrilátera, se perfila con su chapitel puntiagudo y gris en la diafanidad del cielo azul... La maraña de las callejuelas blancas continúa.

Y así se comprende que en el arte dramático de Lope de Vega, se perciba la diafanidad, la claridad más sin mancha y la tranquila exposición de la epopeya, con la pasión lírica que se apodera del corazón, y lo conmueve y domina, apareciendo ambas cualidades en la escena en un organismo plástico y perfecto, y en acción ó fábula rápida y no interrumpida.

Arriba, el cielo sin una nube, límpido, como si su azul lo hubieran lavado las últimas lluvias, con una diafanidad que absorbía y borraba instantáneamente el humo de las chimeneas. Abajo, en los declives que conducen al Manzanares, grandes masas de vegetación: las arboledas del Campo del Moro, de la Virgen del Puerto, de la cuesta de la Vega.

Y aquella luz que derramaba polvo de oro por todas partes, aquel cielo empapado de sol, aquella diafanidad vibrante en el espacio, ¿no era el propio himno a Venus, la canción impúdica y sublime del trovador de Turingia ensalzando la gloria del placer y de la terrena vida? ; aquello mismo era.

Empezó a dar resoplidos, cual si quisiera meter en sus pulmones más aire del que cabía, y sacudió el cuerpo como las gallinas. El picorcillo del sol le agradaba, y la contemplación de aquel cielo azul, de incomparable limpieza y diafanidad, daba alas a su alma voladora.

Palabra del Dia

godella

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