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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Todos los veranos, al vivir juntos durante las vacaciones en la casa del tutor, Mina daba de puñetazos á su amigo, el cual, perdida la paciencia, acababa por devolverle los golpes. Y la señorita Graven, que había aprendido recientemente á batirse á la japonesa, deseaba, al abandonar el colegio, medirse con James definitivamente.
El joven iba reconociendo cada punto del camino, cada pormenor de la perspectiva. Tenía la desesperada certidumbre de que ningún poder habría podido jamás realizar el milagro de devolverle lo que había perdido, y sin embargo volvía en torno suyo la mirada, y aguzaba el oído, como si una aparición, una voz, pudieran de improviso evocar el bien perdido.
Más todavía: muchas veces cuando releo las dos cartas suyas que no quise devolverle, y cuando ahora pienso en su cariño y en las cosas que decía, me cuesta trabajo concebir cómo él pudo llegar a trastornarme tanto. Hay alguna espontaneidad, alguna frase sentida entre otras muchas vulgares y de mal gusto, tontamente literarias..."
Estaba pronto á ejecutar bajo su dirección todas las diligencias necesarias; pero abandonado á mí mismo, no sabía absolutamente hacia qué lado dirigir mis pasos. Le creía uno de esos hombres que prometen poco y hacen mucho. Temo haberme engañado. Esta mañana me determiné á ir á su casa con el objeto de devolverle los documentos que me había confiado y cuya triste exactitud he podido comprobar.
Contestaba con secos monosílabos á las reflexiones de aquel terne, que ahora las echaba de bonachón; y si hablaba, era para repetir siempre las mismas palabras: ¡Pimentó!... ¡Tórnam la escopeta! Y Pimentó sonreía con cierta admiración. Le asombraba la fiereza repentina de este vejete, al que toda la huerta había tenido por un infeliz. ¡Devolverle la escopeta!... ¡En seguida!
El conde le manifestó sin rodeos que mientras no diera el dinero no había de devolverle su cabalgadura, para que no fuese tan flaco de memoria; y al escuchar que el señor canónigo exponía, como razón suprema, que le era imposible atravesar á aquellas horas de la siesta las calles de Sevilla á pie y sin criados, dijo con mucha flema el conde Asistente: «No se le dé nada á vuesa merced ir con la siesta por amor de mí, que yo, por cierto que soy tan regalado como el que más, y ando á pie con sol y con agua, de noche y de día, y no es mucho que pase este poco de sol hasta su casa por amor á mí.»
Y sin darle tiempo a formular nuevas protestas y negativas, le cogió la mano, le puso en ella la moneda, cerrole el puño a la fuerza, y se alejó corriendo. Ponte no hizo ademán de devolverle el dinero, ni de arrojarlo.
Lo que no pudo devolverle la justicia popular, enérgica pero tardía, fue el dinero prodigado a carceleros y guardianes para que no le molestaran, y al escribano para que activara la causa, ni tampoco la parroquia perdida con la clausura de la imprenta. Cuando el pobre hombre salió de la cárcel, consumida su fortuna, tuvo que resignarse a ser oficial de cajista.
Los primeros trabajos literarios se revisten de la influencia del maestro, y ha acertado á veces á imitarle tan de cerca en las composiciones lijeras, que aprovechamos esta ocasion para devolverle la propiedad de la poesía titulada «Noches de Diciembre» que por inadvertencia atribuimos á Echeverría.
No se atrevió a entrar en el cementerio. La Muerte le asediaba con sobrada insistencia para que él fuese a devolverle la visita. ¡Ay, cómo odiaba a la infame señora de los ojos sin luz, de la piel intensamente pálida, que una tarde había descrito allí dentro, ante la absorta muchacha! ¡Con qué delectación la escupiría en su pecho voluminoso y amargo, en sus flancos potentes, si pasase ante él!... Cierto que tras sus pisadas resurgía la vida; que otras Felis vendrían al mundo; pero no eran para él.
Palabra del Dia
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