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Actualizado: 28 de mayo de 2025


De lo demás.... Arréglese usted como quiera.... Lleva usted plenos poderes. ¡Ya lo creo que los llevaba! ¡Así llevase también alguna receta eficaz para servirse de ellos! Investido de autoridad omnímoda, Julián sentía en el fondo del alma una especie de compasión por la desvergonzada manceba y el hijo espurio.

Miguel no esperaba tan buena acogida, y quedó un poco cortado; inmediatamente se repuso, y comprendiendo que la generala estaba curada de espantos, se enfrascó en una conversación libre y desvergonzada.

Se oyó una espontánea carcajada. Pacita la había soltado. Su mamá se mordió los labios de ira y encargó a la hija que tenía más cerca que hiciese presente a la otra, para que a su vez lo comunicase a la menor, que era una desvergonzada y que en llegando a casa se verían las caras.

¡Atrás canalla! gritaba defendiéndose el estafermo . Si le maté a él, haré lo mismo con vosotros, gentuza vengativa y desvergonzada. Y apaleado, pinchado, empujado, arrastrado, fue conducido hacia la puerta como en grotesco triunfo, hasta que condolidos de tanta crueldad, le cargaron a cuestas, llevándole procesionalmente a la ciudad.

Y volvieron a reírse los dos, el tío Jacobo y la madre, con una risa que desconcertó por completo a los niños, porque no era la risa alegre, tierna, agradecida, rebosando amor y ternura de madre que ellos esperaban, sino una risa acre, burlona, desvergonzada, que les recordaba, sin saber por qué, la que usan para insultarse las mujeres malas de la calle...

Por no mirar a Sabel, Julián se fijaba en el chiquillo, que envalentonado con aquella ojeada simpática, fue poco a poco deslizándose hasta llegar a introducirse entre las rodillas del capellán. Instalado allí, alzó su cara desvergonzada y risueña, y tirando a Julián del chaleco, murmuró en tono suplicante: ¿Me lo da? Todo el mundo se reía a carcajadas: el capellán no comprendía.

Le resultaba intolerable la inocente seguridad con que describía su hazaña. «La loca de la casa» se mostraba en él como una desvergonzada, indigna del trato con personas decentes. Además, los alemanes le habían robado sus monedas y sus medallas, y le era doloroso volver á conversar con el maestro sobre cuestiones numismáticas.

Cuando ya estaba a alguna distancia, se volvió y dijo en tono más alto: Si esa desvergonzada no estuviese haciendo porquerías con los señoritos, las vacas no saltarían del prado. Andrés se enfureció al oír esto, y recogiendo velozmente la escopeta del suelo, hizo ademán de apuntarle. En las aldeas, las armas de fuego inspiran un terror supersticioso.

¿Cuándo? preguntó Salomé tomando aliento, porque ya el aliento le faltaba. El domingo por la tarde. ¿A qué hora? A eso de las cinco. ¡Cuando estábamos en la procesión! ¡Qué escándalo! Esa niña desvergonzada ... esa muchachuela.... Bien me lo sospechaba yo dijo Paz, con las manos puestas en la cabeza y paseándose por la sala como una loca.

Me han engañado, me han embaucado, no he puesto en la calle a esa moza desvergonzada, se han reído de y ha triunfado el infierno».

Palabra del Dia

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