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Los de la mesa correspondían a la alegría ambiente; reían, gritaban ya, se obsequiaban, se alababan mutuamente con pullas discretas, por medio de antífrasis; ya se sabía que una censura desvergonzada quería decir todo lo contrario: era un elogio sin pudor.

Pásmense, pásmense... la más desvergonzada, la que me salió con la escoba fue a los dos días a mi casa a llevarme un napoleón. »Bueno... pues verán ustedes. La costumbre de pedir me ha ido dando esta bendita cara de vaqueta que tengo ahora. Conmigo no valen desaires ni ya lo que son sonrojos. He perdido la vergüenza.

Gastadora de bolsillos, destructora de saludes, envenenadora de almas y perdimientos de cuerpos. Acostumbrada á la vida alegre, desvergonzada y serena, haciendo gala del sambenito y pregonándose á voces. ¡Oh! ¡es verdad! ¡qué vergüenza!

Todo, según ellos, no había sido sino una trama urdida por la Casilda, que era una intriganta desvergonzada, para ver de meter al muchacho en la casa y luego colarse ellos; pero la habían descubierto el juego y ya estaba aviada, la muy tal, etc., etc. Como yo la encuentre decía misia Gregoria, le zampo una buena fresca, y si me apura mucho, le pongo las manos en la cara.

Una racha viviente, un huracán femenino que apareció en la puerta, acabó de despejarla del todo; entró Isabel Mazacán, con su paso de Diana cazadora, alta la cabeza, altiva la mirada; demasiado señoril para cocotte demasiado desvergonzada para gran dama. Besó a la duquesa, quitóse un guante, bebió dos sorbos de ...

¡, ... ahora mismo! ¿Cómo es eso? ¡Atreverse esa desvergonzada a poner los pies en esta casa y en un día semejante! ¿Ya no hay pudor? ¿Ya no hay vergüenza? ¿En qué país estamos? ¿Pero cómo ha podido pasar? ¡Una fiesta que había comenzado tan bien! Traía invitación, al parecer. Pues la ha robado o estará falsificada.

Y aquel hijo que ella tenía llegaría a ser un hombre, y a saber que era rico, muy rico, y tal vez a envanecerse, y de seguro a rozarse con la peste tramposa y desvergonzada que todo lo corrompía; y, sin embargo, no quería ella hacer de su hijo un ignorante droguero, porque valía para mucho más y debía serlo. ¡Qué pulso, qué tino, qué vigilancia había que tener con él para que el diablo no le conquistara!

Tres soldados Miguelistas, del mismo pueblo y asistentes de los PP. que se habian llegado á la puerta de la capilla y de la cerca, espantados de una audacia tan desvergonzada, embistieron con las lanzas, y se atrevieron á echarlos con entera y manifiesta temeridad.

Esto lo dijo bastante alto para que lo oyese el sereno, que daba vuelta a la esquina. El borracho sintió en los ojos la claridad viva y desvergonzada de un ángulo de luz que brotaba de la linterna de Pepe, su buen amigo. El sereno, aquel Pepe, conoció a don Santos y se acercó sin acelerar el paso.

Primero le hiciste firmar pagarés, contraer deudas, y luego, su imbécil principal y , con el hambre del dinero, lo habéis metido en esa ladronera que llaman Bolsa. Ha venido la ruina, y... ¡cataplum! ¡el chico a tierra...! ¿Quién tiene la culpa, mala madre? ¿Quién ha asesinado al muchacho, perra desvergonzada?