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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Su animalidad gallarda e impulsiva hace aún más dolorosa la miseria. La riqueza era más visible allí que en otras partes. Los cultivadores del vino, los dueños de bodegas, los exportadores, con sus fortunas extraordinarias y sus despilfarros ostentosos, amargaban la pobreza de los desgraciados.
Por una anomalía notable, ella, tan avara, tan guardadora, capaz de palabrotas de plazuela cuando había que defender el dinero de la casa, disputando con jornaleros o con los compradores de la cosecha era tolerante con los despilfarros del esposo para mantener su soberanía sobre el distrito. Cada elección abría una brecha en la fortuna de la casa.
Antonio su cuñado, que se había establecido por una temporada en el cortijo con aires de dictador, queriendo ponerlo todo en orden, sólo había servido para embrollar la marcha de los trabajos y provocar la ira de los jornaleros. Gracias que Gallardo contaba con el ingreso seguro de las corridas, riqueza inagotable que reparaba con exceso sus despilfarros y torpezas.
El alemán, que era sagaz y hombre de mundo, comprendió pronto cuál era el papel del hacendista en casa de su sobrina: vio claramente que allí había dinero, y que este dinero se iba por la posta, y que la dirección de la corriente de aquel río de plata era, o él no entendía de corrientes, camino del bolsillo de Nepomuceno, aunque con grandes pérdidas y derivaciones, en una delta de despilfarros, que iban a enriquecer el caudal de modistas, comerciantes de telas, sombreros, joyas, sin contar con las tiendas de ultramarinos, confiterías, mercados de caza y pesca, etc., etc.
Al tratar la prensa periódica al día siguiente de este suceso, grandes cosas dijo de la magnificencia del cuadro, tal como aparecía en conjunto a la vista del recién llegado observador, y grandes despilfarros de incienso dedicó al buen gusto y a la riqueza de la ilustre familia; pero preciso es confesar que por aquella vez, si los «órganos de la opinión pública» pecaron de entrometidos y de aduladores, en manera alguna de inexactos, como no fuera por quedarse cortos en sus reseñas y ponderaciones.
Ya lo he dicho El Rey no está para despilfarros, y para levantar de cascos á está gente no es preciso mucho dinero. ¿Que no? Pregúnteselo usted á aquel lego exclaustrado que escribe El Azote; ya me tiene comidas tres onzas de las que usted me trajo la semana pasada. ¿Pues y aquel oficialito que pronunció hace días aquel fuerte discurso en que dijo: Calendas Cartagos...?
Además, que «obras son amores». Tal vez la que más envidiaba a la de Valcárcel era la mujer del americano Sariegos, el más rico de la provincia, que podría aturdir a todos los Valcárcel del mundo envolviéndolos en papel del Estado y en acciones del Banco y otras mil grandezas; pero Sariegos no permitía tales despilfarros, que en él no lo serían, y su señora tenía que contentarse con un lujo muy mediano.
Alguien preguntó allí si era verdad que don Gonzalo González de la Gonzalera se había quedado memo y pobre a consecuencia de disgustos y despilfarros domésticos, pero no obtuvo respuesta la pregunta, porque apareció de golpe y porrazo en la salona un nuevo personaje que comenzó por decir que ni por haber rodado tres veces por los suelos y casi reventado la tordilla en sus ansias de correr, había podido llegar antes. ¡Así venía el infeliz de embarrado y descosido de pies a cabeza!
Respondía ella con otro gesto que, cuando menos, significaba que había comprendido la pregunta; y algo parecido le ocurría a su marido con los hombres políticos, que casi le formaban un cortejo diariamente desde lo de la herencia, y poco más o menos le sucedía a la hija con sus amigas; sólo que éstas eran más claras en el preguntar, y ella menos encogida en el responder, por lo mismo que estaba bien persuadida del destino de aquellos despilfarros, desde que su madre apuntó en la calle de Hortaleza la necesidad de vivir en casa de mayor calibre.
Más era: en interés de la ruinosa casa Valcárcel, que por lo visto iba a menos por culpa de los despilfarros de Emma y los gastos secretos de su marido, debía Nepomuceno poner aquel todavía sano capital a parir, a producir algo más que el irrisorio tanto por ciento de la renta territorial. Tanto foro, tanta casería atómica, eran cosa ridícula. ¡Sursum corda! ¡All right! ¡Desenmoheceos!
Palabra del Dia
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