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Muchas lágrimas había derramado cuando sintió el ruido del coche de Jacinta que partía, y entonces salió a la sala. Doña Lupe se despedía de la comandanta, ofreciéndole tomar diez papeletas de la rifa de la colcha, y hacía una seña a su sobrina indicándole que era hora de retirarse. Dieron un vistazo y un apretón de manos a la enferma, y salieron.

Una consolita, un espejo, algunas sillas forradas, cortinas en la alcoba, y detrás de ellas, una cama bien aderezada, con colcha de punto de estambre y sábanas con encaje ordinario. Todo despedía un olor de limpieza y curiosidad que me fue grato. ¡Oh, qué lujo! dije, sonriendo . Vamos, Paca, que no vive usted tan mal.

Pues bien; la doncella que la acompañó me ha contado que allí tuvo algo con no sabe quién..., de cierto, nada; pero algún lío debía de traer entre manos, porque, según la chica, en cuanto llegaban por la noche del teatro a la fonda, Cristeta la despedía sin dejar que la desnudase; y otras veces se quedaba escribiendo hasta muy tarde.

Procuré que su presencia no alterase poco ni mucho mis costumbres; esto es, pasaba mis ratos charlando con Joaquinita o con Villa, y al llegar las once menos cuarto me despedía. Su mirada, fija, luciente, me seguía hasta la puerta; pero no me importaba.

Admiróse Delaberge al ver con qué egoísta ingenuidad, aquella mujer, que en otros días estuvo tiernamente desfallecida en sus brazos, le despedía ahora para siempre, como tardándole el momento de verse desembarazada de la presencia de su antiguo amante. Mi marcha replicó Delaberge con cierta ironía dependerá en mucho de las disposiciones que tome su hijo de usted en ese asunto de los deslindes.

Mientras se despedía, yo había salido al balcón y allí me encontró Valentina que regresaba de saludarlo. Sabe, Julio me dijo, que lo noto muy triste y reservado conmigo hoy, ¿qué tiene? En efecto le contesté, como tomando una actitud resuelta. Estoy triste y reservado.... ¿Puedo yo saber la causa de su tristeza y el objeto de la reserva?....

Las señoras, mascando el último caramelo y viendo terminado por aquel día el desfile de hombres ilustres, abandonaban las tribunas. Abajo las aguardaba el coche para dar un paseo por la Castellana. Aquella extranjera de la tribuna diplomática también se movía para irse. Pero no; daba la mano a su acompañante, le despedía y se quedaba, moviendo aquel abanico que con su revoloteo turbaba a Rafael.

Aquella tarde, el viejo y venerado maestro, a quien solían llamar Próspero, por alusión al sabio mago de La Tempestad shakespiriana, se despedía de sus jóvenes discípulos, pasado un año de tareas, congregándolos una vez más a su alrededor.

Al ver que se despedía de su madre y de su abuelo, Lázaro corrió fuera por temor de que intentara también despedirse de él. Salió y anduvo á prisa mucho tiempo; salió del pueblo y se internó en el camino, lejos, muy lejos del pueblo. De pronto sintió el ruido da la diligencia, que se acercaba. El joven se detuvo, retrocedió; la diligencia pasó rápidamente.

Y posados entre ellos como blancas palomas, veíanse de vez en cuando algunos molinos donde la amarga aceituna fluía su licor. Sólo rara vez ya el verde pálido y tierno de algún sembrado despedía una nota pacífica en aquella tierra ardiente de una vitalidad feroz. A medida que avanzábamos, el firmamento se elevaba y su azul se iba haciendo más intenso y profundo.