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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Vete, repito; es un hurto ruin el que intentas, dándome tu alma y tu cuerpo vendidos ya para siempre y sin rescate a ese espantajo de mujer que te da título y dinero. Don Jacinto pensó que La Caramba se había vuelto loca. Si no de su material violencia, tuvo miedo del alboroto, del escándalo y de la resonancia ridícula que podía tener aquella escena, si se prolongaba. Huyó, pues, casi despavorido.

A las cuatro despertó Velarde despavorido, porque su criado le sacudía bruscamente por un brazo: habían llegado dos señores en un coche, y se espantaban y no podían creer que estuviese dormido todavía.

En efeto, fueron tantas las voces que don Quijote dio, que, abriendo de presto las puertas de la venta, salió el ventero, despavorido, a ver quién tales gritos daba, y los que estaban fuera hicieron lo mesmo. Maritornes, que ya había despertado a las mismas voces, imaginando lo que podía ser, se fue al pajar y desató, sin que nadie lo viese, el cabestro que a don Quijote sostenía, y él dio luego en el suelo, a vista del ventero y de los caminantes, que, llegándose a él, le preguntaron qué tenía, que tales voces daba.

El clérigo rió también ruborizándose. Luego quedó serio y de mal humor. Un suceso extraño, que escandalizó a la villa, vino de un modo indirecto a estrechar aún más su relación y a inquietar al P. Gil. Cierta noche se despertó despavorido con el ruido de una detonación dentro de casa. Levantose de un salto y acudió corriendo a la habitación de D. Miguel, donde se figuró que había sonado.

Despavorido bajó a la cuadra, donde tiene su caballo, le puso la silla y se lanzó al camino, aquel camino aldeano de verdes orillas, que cruza por delante de la casona hidalga. Uno de esos caminos humildes, que guían a todas partes. Un poco más adelante, siguiendo por aquel camino humilde de verdes orillas, un paraje de álamos y de agua.

Su rebaño no bien aclimatado, Fué por ardiente fuego devorado: Al resplandor de rojas llamaradas Se alzan las vacas, y huyen espantadas, Y el toro mujidor, despavorido, Huye y deja al ternero desvalido. Pero la oveja del incendio al brillo, No abandona á su débil corderillo, Y en el círculo ardiente y chispeante Busca á sus compañeras anhelante!

A cada escopetazo cerraba yo los ojos despavorido; después, cuando los volvía a abrir, veía el llano inmenso y desnudo, y los perros corriendo, olfateando entre las briznas de hierba, entre las gavillas, girando sobre mismos, alocados. Los cazadores juraban detrás de ellos y los llamaban; las escopetas brillaban al sol.

Encomendándose mentalmente a Dios, hizo propósito firme de no perderse con una exhibición imprudente ni envilecerse con cobarde fuga. A su lado pasó despavorido el Hermano Fermín Barba, que huía de los sicarios. Gracián no se animó a seguirle ni se atrevió a detenerle.

El principal discutía con don Ramón y otros señores, ricos cosecheros que llegaban con cierto aire despavorido y se serenaban, acabando por reír, luego de escuchar las vehementes palabras del millonario. Montenegro no prestaba atención, a pesar de que la voz de don Pablo, aflautada por la cólera, se esparcía algunas veces por el escritorio.

María había olvidado enteramente el episodio del agujero en el bastidor; Antoñico soñaba todavía algunas veces con aquel ojo fantástico, escrutador, y despertaba despavorido; poco a poco se fue convenciendo de que había sido una ilusión del miedo y el miedo abrió paso a la confianza.

Palabra del Dia

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