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Actualizado: 23 de junio de 2025
Pasaron unos instantes y, disminuida ya la confusión, se fijó en un hombre que quedó en medio del andén, solo, mirando desorientado a todas partes, sin soltar una cesta y un saco de alfombra que llevaba en las manos, dudosamente limpias.
El enemigo estaba allí... ¡allí! Veía en la obscuridad el punto de donde habían surgido los fogonazos, y avanzando la diestra fuera de la puerta, disparó su revólver una... dos... cinco veces: todas las cápsulas que contenía el cilindro. Tiró casi a ciegas, desorientado por la obscuridad y el desconcierto de la cólera.
Entré, y por un rato halleme desorientado en la profunda oscuridad del zaguán; pero a tientas y cuidadosamente pude llegar al patio, donde la claridad del cielo que por la cubierta de vidrios entraba, me permitió marchar con pie más seguro. Abriendo la segunda puerta que daba paso a la escalera, subí muy despacio asido al barandal.
Era un buen encuentro; el mejor de la tarde. Este señor tenía el aspecto de un extranjero rico que vaga desorientado por un barrio excéntrico al que no volverá nunca. Había que aprovechar la ocasión. Mientras tanto, Robledo continuaba inmóvil, mirándola con el ceño fruncido por una rebusca mental. «¿Quién es esta mujer?... ¿Dónde diablos la he visto?»
Su voz temblorosa, su mirada húmeda, eran de una pobre mujer que se esfuerza por contener su emoción. Miguel balbuceó contuso, desorientado. ¿El había podido hacer tanto mal? ¿Cuándo?... ¿cómo?... Alicia, sorda á sus preguntas, sólo pensaba en ella y en su desgracia.
Cuando cree uno haberse alejado 500 metros de un punto, segun lo que ha marchado, se encuentra en la direccion opuesta, á veinte pasos de distancia, completamente desorientado. Aquella ciudad, esencialmente morisca en sus detalles de ese género, parece haber sido combinada para las emboscadas, los combates de guerrillas y las defensas inesperadas y formidables.
El fragor del viento entre los pinos apaga todos los demás ruidos de las noche: Es una marejada sorda y fiera, un son ronco y oscuro, de cuyo seno parecen salir los relámpagos. Don Juan Manuel, de tiempo en tiempo, se detiene desorientado e intenta aprovechar aquel resplandor, que inesperado y convulso se abre en la negrura de la noche, para descubrir el camino.
Antes de que Ferragut alcanzase á preguntarle por Freya, con la vaga esperanza de que se hubiese refugiado en el hotel, este hombre le dió una noticia. Capitán, aquí ha estado su hijo esperándole. El capitán balbuceó, desorientado: «¿Qué hijo?...» El hombre de las llaves bordadas trajo el libro de viajeros, mostrándole una línea: «Esteban Ferragut.
El mar estaba oscurísimo; más oscuro que visto desde la cubierta del laúd. Creyó distinguir una mancha blanca, un fantasma que flotaba a lo lejos sobre las olas, y nadó hacia él. Pero de pronto ya no lo vio allí, sino en lugar opuesto, y cambió de dirección, desorientado, nadando con fuerza, pero sin saber dónde iba.
El comandante Pierrefonds vivía desorientado, dudando de sus sentidos, creyéndose algunas veces juguete de «la loca de la casa» que también llevaba en lo más alto de su cuerpo, como todos los seres humanos, pero que hasta entonces había vivido dormitando y ahora empezaba á atormentarle con sus jugarretas. Tenía la seguridad de que el maestro había hablado de él en su discurso.
Palabra del Dia
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