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Actualizado: 23 de junio de 2025
Pero el segundo, en vez de dar explicaciones, se limitó á responder, cada vez más terco y enfurruñado: ¡No!... ¡no! Pero ¿por qué no? insistió Ferragut, impacientándose, con un temblor de cólera en la voz. Tòni, sin perder energía en sus negativas, vacilaba, confuso, desorientado, rascándose la barba, bajando los ojos para reflexionar mejor. No sabía explicarse.
¿Qué dicen hoy de la guerra?... Y mientras el viejo marino le daba noticias, él leyó febrilmente las líneas agrupadas á continuación de dicha nombre. Quedó desorientado. Eran poca cosa para él, que ignoraba los hechos anteriores aludidos por el periódico.
Le has sido muy simpático á Elena decía Torrebianca . ¡Pero muy simpático! Y se mostraba satisfecho, como si esto equivaliese á un triunfo, no ocultando el disgusto que le habría producido verse obligado á escoger entre su esposa y su compañero de juventud, en el caso de mutua antipatía. Por su parte, Robledo se mostraba indeciso y como desorientado al pensar en Elena.
Estas apenas me intimidaban; pero al entrar en la clase de las mayores sentíme súbitamente desorientado, como si penetrara en un país desconocido, habitado por seres inquietantes; había allí, en esta clase, un extraño perfume, formado por mil perfumes; un aroma que se me subía a la cabeza.
Una vez en París, Desnoyers se sintió desorientado. Embrollaba los nombres de las calles y proponía visitas á edificios desaparecidos mucho antes. Todas sus iniciativas para alardear de buen conocedor iban acompañadas de fracasos. Sus hijos, guiándose por recientes lecturas, conocían París mejor que él. Se consideraba un extranjero en su patria.
Fue ese el tópico obligado, y Martí me decía: «los suramericanos enviamos trozos humanos putrefactos para que estos países los escarben y examinen, mandamos el rostro ensangrentado de la Patria para que estos países lo abofeteen». Sobre Cuba exclamaba: «Estoy desorientado y triste, pero con la mirada siempre fija en la cumbre inaccesible.
Muchas veces se había detenido el marino ante su puerta, pero seguía adelante, desorientado por las chapas de metal que anunciaban las oficinas y escritorios instalados en sus diversos pisos. Vió un patio de arcadas, pavimentado con grandes losas, al que daban los balcones ventrudos en los cuatro lados interiores del palacio.
En medio de la senda, bajo la luz lívida del atardecer, Salvador, desorientado, inconsolable, murmuraba: Padece ella también la terrible psicastenia hereditaria...; es neurópata, con la monomanía del martirio...; está loca..., loca de remate.... ¿Y no la podré salvar?
Palabra del Dia
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