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Actualizado: 15 de septiembre de 2025
Acostose sin cenar casi, ni hablar con nadie; permaneció largo rato sentada en la cama, tardó mucho en desnudarse, lloró sin saber por qué, se le olvidó rezar y, por fin, al deslizarse entre las sábanas sintiendo las frías caricias del lienzo, tornó a sus pasadas ilusiones, antojándosele que el ruido de los coches que pasaban por la calle era estrepitoso rumor de aplausos y que las voces de los vendedores de periódicos eran bravos frenéticos.
En el presidio cada uno tenía su petate, y en la gañanía sólo muy contados podían permitirse este lujo. Los más, dormían en esteras, sin desnudarse, descansando sus huesos doloridos por el trabajo sobre la tierra dura.
Cerró al fin el libro: salió y volvió a los pocos momentos. Comenzó a desnudarse lentamente: cuando estaba medio desnuda tomó el quinqué, y acercándolo a la niña la obligó a levantarse, la llevó hasta la alcoba y le dijo mostrándole el suelo: Esta es tu cama. Ahí dormirás vestida. Cuando terminó de desnudarse, la niña le dijo con voz débil: Perdóname, madrina; no volveré a hacerlo.
Llegó la hora convenida, fue la sastra a su casa, entró en el cuartito de Cristeta y comenzó ésta a desnudarse, dejando por fin caer sobre la estera de cordelillo las ropas y prendas dichosas que llevaba más inmediatas al cuerpo.
Sin duda había ayudado a desnudarse a la señora y la dejaba en la cama. Con la cabeza entre las manos, los codos apoyados sobre las rodillas, permaneció inmóvil, abstraído, escuchando ya solamente la voz de su pensamiento y los latidos de su corazón. Un vivo despecho, del cual no quería darse cuenta, le mordía cruelmente las entrañas.
A semejanza de Diógenes, siempre andaba buscando un hombre. ¿Blanca? La hermosura sin alma, la coquetería sin delicadeza. Poseía la ciencia de vestirse e ignoraba el arte de desnudarse. Margarita..., Paz..., Asunción...; profesionales vulgares que no sabían más que entregarse como insensible mercancía a tantos o cuantos duros vista. ¡No! Ninguna le servía.
Al fin, yo fui, llegada la noche, a dormir a la sala de los linajes. Diéronme mi camilla. Era de ver algunos dormir envainados, sin quitarse nada; otros, desnudarse de un golpe todo cuanto traían encima como culebras; cuáles jugaban. Y, al fin, cerrados, se mató la luz. Olvidamos todos los grillos.
En ese caso, apresúrese; aquí la aguardo. Aseguro a ustedes que Judit no tardó mucho en desnudarse; en la precipitación rompió su vestido de gasa y su pantalón de seda, y la señora Bonnivet, que, como todas las madres y tías de teatro, servíala de doncella, apenas si pudo seguirla por la escalera, llevando el abrigo que su sobrina había olvidado.
Ya voy contestó Inés. Y siguió al ama, que la acompañaba siempre, la ayudaba a desnudarse, como a vestirse, y nunca se apartaba de ella por la noche hasta dejarla en la cama. El cuarto de dormir de Inés estaba puesto con singular esmero y limpieza. Sobre la cómoda, en una urna de vidrio, se veía un San Antonio de Padua, de bulto, hecho de barro cocido y pintado por no vulgar artista.
Tiene que enviar un recado a Lupe». Subió el pobre chico, y doña Desdémona le hizo esperar un ratito, pues estaba ayudando a su marido a desnudarse. Acababa de entrar, muy fatigado; le llamaron a las doce y hasta aquella hora no había podido volver a casa.
Palabra del Dia
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