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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Por los tiempos en que esta verídica historia comienza, había en la calle de las Sierpes, no lejos de la tienda del rapista, una casa deshabitada, grande y hermosa, con piedra de armas en el frontispicio, de cuyas armas los entendidos sacaban el apellido Velasco de Llanes, y que hacía luengos años que no se ocupaba, porque se decía de fama pública que tenía duende.

Es necesario comprar cacerolas, vasijas, todo lo indispensable para preparar la vianda que quiere Dorotea. Vamos, pues. No había pasado una hora, cuando Montiño, ayudado por el bufón, guisaba sin mandil y sin gorro, sin más oficial ni galopín que el tío Manolillo, en la cocina de una casa deshabitada. Eran las dos de la tarde.

Sólo quedaban al lado de Juanón los que eran de la sierra y marchaban a tientas por las calles, asombrados de ir de un lado a otro, sin ver a nadie, como si la ciudad estuviese deshabitada. Ni Salvatierra está en Jerez, ni sabe nada de esto dijo el Maestrico a Juanón. Me paece que nos la han dao. Lo mismo creo contestó el atleta. ¿Y qué vamos a jacer?

Dicha isla está deshabitada, como todas las demás que se extienden hasta el peñón de las Urracas, y no nos extraña dejen de aprovecharse las magníficas salazones que podrían sacarse de los venados y jabalíes de Saipan, como las miles de pipas de aceite que podrían cosecharse en la de Pagan y el sinnúmero de limones que suministran los bosques de Tinian, puesto que, habrá muy poquísimos mortales que conozcan, no los nombres de aquellas islas, sino siquiera el que existan los expresados centros de riqueza.

Bañada en la luz solar y en completo silencio, tenía apariencia de nueva y deshabitada, como si acabasen de dejarla carpinteros y pintores. En la mitad del huerto, un chino cavaba imperturbable, pero la casa no daba otras señales de vida. El camino, como había dicho el coronel, estaba realmente expedito y la señora de Galba se paró junto a la reja.

Hay además en la calle de Don Pedro, esquina á la de la Flor, una casa deshabitada, de cuya puerta es esta llave. Y Quevedo dió al duque una llave que el duque puso sobre la mesa.

Preguntó el rapista a la bodegonera de dónde había sacado todas aquellas noticias, y díjole ella, que el rodrigón que había visto acompañando a la hermosa indiana, había ido tres días antes al bodegón, y la había preguntado quién fuese el amo de la casa deshabitada y si sabía que la casa se vendiese, a lo que ella había contestado ocultándole lo del duende, lo cual la había valido un buen regalo del señor marqués de los Alfarnaches, a quien había avisado en buen tiempo, y que el señor marqués la había dicho después, que la tal dama se llamaba doña Guiomar de Céspedes y Alvarado, que era viuda, que apaleaba el oro, y que al morir su marido, que había sido un viejo oidor de la chancillería de Méjico, había hecho buenos doblones su hacienda, y se había venido a Sevilla, de donde era natural, aunque por haberla llevado su marido a Méjico, todos la creían y la llamaban indiana.

Mientras el salón donde me habían recibido estaba amueblado, como ya he dicho, con lujo, de las cámaras que íbamos pasando no podía decirse lo mismo. Sólo contenían algunos trastos viejos; las paredes sucias; el pavimento de azulejos, roto y deteriorado. Isabel no quiso pasar sin explicarme tal contraste. Aquella casa había estado deshabitada largo tiempo, porque la familia vivía en Sanlúcar.

Interrumpiole doña Guiomar, y con muestras de sobresalto le dijo: ¿Duende decís que tenía esta casa? Por ello estuvo muchos años deshabitada, respondió el señor Ginés de Sepúlveda; y si vos que, por ser forastera, no lo sabíais, no la hubiérades comprado y habitado, sin habitar estaría aún, y seguiría deshabitada por los siglos de los siglos amen.

Palabra del Dia

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