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De ordinario, acabado el desayuno, mientras señora Juana retiraba los platos, Andrés se levantaba y se iba a la cocina: Señora Juana: vaya usted por allá; tengo muy buen arroz. Vaya usted, que ahora está todo muy bueno en el changarro. Hay una mantequilla que... ¡qué ya verá usted cómo se chupa los labios el amito! Volvía, tomaba asiento, y conversaba un rato.

Mañana se marchará y Sorege no podrá contar más que con nosotros. Hagamos, pues, lo convenido. , Cristián, vete á llevar la buena noticia á mi madre. Usted, Marenval, á casa de Vesín. Yo iré á ver á miss Harvey y allí nos encontraremos todos después. En cuanto Sorege despertó y tomó su desayuno, tomó un coche de alquiler y se dirigió á Tavistock-Street. Nunca el tal hacía las cosas á medias.

¿Quieres que vayamos a casa de doña Mariquita a tomar chocolate? Vamos. Mientras tomaban el desayuno, Merelo, cada vez más alegre y cariñoso, habló de muchas cosas con pasmosa lucidez; pero especialmente de esgrima.

Arreglose para salir, disponiendo el desayuno de la señora, y dando el primer barrido a la casa, y a las siete salía ya con su cesta al brazo por la calle Imperial.

El barquillero se enderezó llevándose las manos a la región lumbar, y sobriamente, sin concupiscencia, se desayunó bebiendo las sobras por el puchero mismo.

»El aposento de Carlos daba sobre el torrente, y los criados habían encontrado por la tarde a Gerardo al otro lado del precipicio, asido a las rocas que daban frente a las ventanas de su hijo, esforzándose para distinguirlo. »¡Ay de ! ¡Ni el infeliz anciano ni yo debíamos volver a ver a Carlos! La mañana siguiente Carlos no bajó a la hora del desayuno.

Era un desayuno de hirviente sangre humana, y yo no podía olvidar que la sangre humana tarda mucho en enfriarse. Esperando pues que se enfriara el desayuno, me lo pasé todo el día en cama. Felizmente tenía caramelos de goma en la mesita de luz, porque estaba muy resfriado. Tan resfriado que la respiración se me había detenido por completo.

¿Usted ha visto a la criada? ¿Una mujer gruesa? Enorme. Vaya, no será nada dijo el señor Le Bris . Querido señor Stevens, es la hora del desayuno y usted hará muy bien en acompañarnos. La muerta está perfectamente, yo se lo aseguro. El señor Stevens, hombre grave, no comprendió la ironía. El doctor añadió: ¿La ley inglesa castiga a los que prometen suicidarse y no cumplen su palabra?

La anciana vino a verme, me arropó y se estuvo acariciándome hasta que me quedé dormida. A la mañana, apenas abrí los ojos, pregunté por mi madre. Me dijeron que estaba en el cielo. La anciana me lavó, me vistió, y me dió el desayuno.

Tomó su desayuno en un velador del vestíbulo, leyó periódicos, tuvo que salir á la puerta huyendo de la matinal limpieza, perseguido por el polvo de las escobas y las alfombras sacudidas, y una vez allí, fingió gran interés por los músicos ambulantes, que le dedicaban romanzas y serenatas, poniendo los ojos en blanco al presentarle sus sombreros. Alguien vino á hacerle compañía.