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Desapareció igualmente la máquina que había servido el desayuno, y los siervos atletas empezaron á trabajar en torno del cuerpo de Gillespie. En un momento le libraron de las ligaduras que sujetaban sus muñecas y sus tobillos. Al desliarse el enroscamiento de los hilos metálicos, las máquinas voladoras tiraron de estos cables sutiles, haciéndolos desaparecer. Pero no por esto se alejaron.

Godfrey se levantó y se desayunó más temprano que de costumbre, pero se quedó en el pequeño salón artesonado hasta que sus hermanos menores acabaran de desayunarse y salieran. Esperaba a su padre, quien siempre hacía un paseo con el mayordomo antes de almorzar. Nadie comía a la misma hora por la mañana en la Casa Roja.

Entrada la mañana, salió al comedor, llamando a Leocadia para que preparase el desayuno del padre, y la encontró en la cocina sentada en una silla, puesto ante otra el espejo, llena la falda de horquillas y concluyendo de hacerse un peinado complicadísimo. A las nueve llegó doña Manuela, y Pepe, oyendo sus pasos en la escalera, la abrió la puerta antes de que llamase.

Después de probar por mismo a producir idéntico rugido y cerciorarse de que era bien capaz, se vistió, se aliñó y, tomando apresuradamente el desayuno, se salió a la calle liado en su capa y debajo de ella el artefacto musical que tan gozoso le había puesto.

Estoy pendiente de esa pobre señorita... pensando en lo que puede sucederle. Y no entiendo de política...; no se ría usted..., no entiendo. Sólo entiendo de decir misa; y el caso es que no la he dicho hoy todavía, y mientras no la diga no me desayuno, y el estómago se me va.... Aplicaré la misa por la necesidad presente.

Se levantaba á las cinco y media de la mañana; á las seis bajaba á la capilla, leyendo durante media hora aquel libro que le acompañaba siempre: después meditaba una hora, oía misa y tomaba el desayuno, descansando hasta las diez ó paseando por la tranquila huerta que los buenos padres ponían á su disposición.

Otras cosas le preocupaban en aquel momento, más importantes para él. Mientras tanto, su amigo Robledo vagaba cabizbajo por la calle central de la Presa. Venía de su casa y no estaba en ella Torrebianca. La criada le había esperado en vano con el desayuno pronto. ¿Dónde encontrar á este hombre?... En mitad de la calle oyó voces amigas y levantó su rostro.

El resto de los vecinos, como no tenían los motivos que el mayordomo para cambiar de opinión, siguieron aferrados á la antigua. Poco después de amanecer D.ª Beatriz salió de su habitación vestida, se desayunó cambiando pocas palabras con D.ª Robustiana y volvió á enterarse del camino que conducía á Canzana.

Cuando se dirigía al comedor en busca del desayuno, escuchó su nombre. Era el empleado del telégrafo, que le buscaba para entregarle un nuevo despacho. Sintió que toda su sangre afluía al corazón, dejando sus miembros en una frialdad cadavérica.

Además, había que satisfacer las exigencias del hambre, y Silas, en su soledad, tenía que proporcionarse su desayuno, su almuerzo, y su comida, ir a buscar agua al pozo y poner la olla sobre el fuego. Todas esas necesidades imperiosas, junto con el trabajo en el telar, contribuían a reducir su vida a la actividad ciega de un insecto tejedor.