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Después, bien embozado en la pañosa, se iba a San Ginés, a donde llegaba algunas veces antes de que el sacristán abriera la puerta. Echaba un párrafo con las beatas que le habían cogido la delantera, alguna de las cuales llevaba su chocolatera y cocinilla, y hacía su desayuno en el mismo pórtico de la iglesia.

La mesa estaba lista, y la tía aguardándome. Andrés, a quien diariamente mandaban desayuno y comida a su «changarro» del Barrio Alto, solía almorzar con nosotros. Me place recordar aquellos desayunos. ¡Qué de veces, en el comedor de fastuoso banquero, he pensado, con triste alegría, en aquellas horas dichosas! Tía Pepa en un extremo; yo a su derecha, y enfrente de Angelina.

El inglés entró, y a poco, cuando ya su amo estaba vestido, le trajo el . Guillermina, sirviéndole el desayuno, le decía: «Abrígate bien, que las mañanas están frescas. No sea cosa que por empezar tu vida nueva, vayas a coger una pulmonía». Mejor... me he convencido de que vivir es la mayor de las sandeces le dijo él, bajando la escalera . ¿Para qué vive uno? Para padecer.

Aquí está Baldomero, don Melchor; ¿para qué me necesita? dijo tomándose en alto con ambas manos de los barrotes de la ventana que daba al corredor. ¿Ya tomó café, Baldomero? ¿De desayuno?... todavía no, don Ricardo contestó Baldomero festejando su propia ocurrencia. ¡Qué! ¿Es tan tarde?... ¡No, señor!... luego va a ser más tarde...

Cualquiera que nos viese juntos a los tres, habría creído que éramos dos hermanos, y que la anciana era nuestra madre. El desayuno duraba frecuentemente una hora. Tía Pepa charlaba a su sabor. Yo y Angelina no sentíamos correr el tiempo.

Ya hemos dicho que el grumete no soltaba una palabra; y cuando el maestro Zeli se detuvo para tomar aliento. Grano de Sal repitió con un aire más humilde que de costumbre: El desayuno le... ¡Ah! ¡el desayuno! exclamó el contramaestre encantado de hacer caer su furor sobre alguien ; ¡ah! ¡el desayuno! ¡Toma, perro!

Así le sorprendió la claridad del día, un día triste y sucio, como casi todos los del invierno en Peñascosa. Alzose al fin como un sonámbulo, entró en la alcoba y se dejó caer pesadamente en la cama. Ramiro no pudo despertarle a las nueve para tomar el desayuno. Era un sueño invencible, de aniquilamiento, semejante a la muerte.

Así que hubo tomado el desayuno, en compañía de su tío, se echó fuera de casa, para comenzar a poner por obra lo que le habían recetado. Delante de la rectoral estaba el camino, que hacia la derecha y bajando conducía al pueblo, y por la izquierda y subiendo guiaba a Lada; el mismo que él había traído.

Yo a horcajadas en una silla, o puesto un pie en el travesaño. Ella, escuchándome cariñosa; yo, bañado en la luz de sus rasgados ojos. A las veces, si algún ruido nos anunciaba que tía Pepa venía, sin motivo, sin saber por qué, nos despedíamos de prisa, y salía yo con rumbo a los barrios más distantes. Volvía yo a la hora del desayuno.

Pensaba poder continuar hoy lo que yo llamo con cierto énfasis «mis estudios históricospero había contado sin la abuela. Lo que le conté del resultado de mis investigaciones la tenía muy contrariada, según pude juzgar por su expresión nada satisfecha, al tomar el desayuno. Estas chiquillas murmuró al sentarse a la mesa, tienen una independencia y unas ideas...