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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Involuntariamente juntó las manos. Un gran deseo de purificación la dominó; y en este generoso arranque que subía desde lo más íntimo de su alma, como un mar de ternura, reconoció una semejanza con la irradiación suntuosa y triste que derramaba el cielo sobre las deformidades viles de la tierra, reflejando la visión de aquella luminosa sierpe de púrpura que había pasado como un prodigio bajo sus ojos atónitos.

La casa rebosaba de gente, derramaba torrentes de luz por sus ventanas; el zaguan estaba alfombrado y lleno de flores; allá arriba, acaso en su antiguo y solitario aposento, tocaba ahora la orquesta aires alegres, que no apagaban del todo el confuso tumulto de risas, interpelaciones y carcajadas. D. Timoteo Pelaez llegaba al pináculo de la fortuna, y la realidad sobrejujaba sus ensueños.

Vamos, Angelina.... ¡A dormir, que es muy tarde! Carmen te está esperando. La pobrecilla quiere cambiar de postura.... En tanto que Angelina cerraba la puerta de la sala me dirigí a mi recamarita. El viento inundaba la habitación con los mil aromas del jardín, y el amor derramaba en mi alma el perfume embriagante de los años juveniles.

En el centro de la estancia una lámpara de bronce, pendiente del techo por una cadena, derramaba luz más viva, clara e intensa que la producida por la combustión de la cera y del aceite. Casi debajo de la lámpara había un atril y en el atril un gran libro manuscrito en pergamino. El Padre Ambrosio se acercó al libro y dijo: Esta es la Alegoría de Merlín.

Estaba como asombrada de estar allí; en su mirada boba leíase más estupefacción que dolor, y únicamente al fijarse en la criatura agarrada a su enorme pecho derramaba algunas lágrimas. ¡Señor! ¡Qué vergüenza para la familia! Ya sabía ella que aquel hombre terminaría así. ¡Ojalá no hubiese nacido la niña! El cura de la cárcel intentaba consolarla.

El que la hubiese visto retozar locamente y correr de un lado á otro, ora ocultándose de Pepito, ora persiguiendo á Enriqueta, ora llevando entre sus brazos á Emilia para sustraerla á las caricias de sus hermanos, no imaginaría seguramente que pocos momentos antes derramaba copioso y amargo llanto.

El aire caldeado no recogía del río ninguna humedad. Sentíase igualmente abrasador, insufrible, que en medio de la ciudad. La luz, al huirse, cambiaba poco a poco los colores del cielo, repartiendo sobre él infinitos matices, imposibles de nombrar. Sobre la tierra derramaba una triste palidez, que tornaba las cosas incoloras y las confundía y las borraba.

El valle en que estaban asentados el pueblo y la estación de Navaliego, intermedia entre la villa marítima y la carbonífera, y adonde había llegado nuestro joven desde la capital con sólo hora y media de diligencia, era amplio y dilatado: la vista se derramaba por él sin topar obstáculo en algunas leguas: el terreno solamente hacía leves ondulaciones.

Mirose mucho al espejo, embelesándose en su propia hermosura, de la cual muy pronto se había de congratular la marquesa como de cosa propia, y se dio algunos toques en el peinado. Uno de sus mayores encantos era la gracia con que compartía y derramaba su abundante cabello castaño alrededor de la frente, detrás de las orejas y sobre el cuello.

Eran las primeras que derramaba después de casada, pues las que había vertido cuando sus hijos tenían alguna enfermedad grave eran lágrimas de otra clase. Y lo peor de todo era que estaba perdida... Si a las tres de la tarde no entraba en casa del inquisidor, dinero en mano... El tal la esperaría hasta las tres, hasta las tres, ni un minuto más.

Palabra del Dia

ciencuenta

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