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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Se vistió deprisa, cogió papel que tenía el mismo olor que el del Magistral, pero más fuerte, y escribió a don Fermín una carta muy dulce con mano trémula, turbada, como si cometiera una felonía. Le engañaba; le decía que se sentía mal, que había tenido la jaqueca y le suplicaba que la dispensase; que ella le avisaría....

Cuando caían al suelo desgajándose en agua, veíase la segunda capa, menos sombría y más ligera, que era la que desafiaba en rapidez al viento que la desgarraba, descubriéndose por sus aberturas otras nubes más altas y más blancas que corrían aún más deprisa, como si temiesen mancillar su albo ropaje al rozarse con las otras.

Visitación lo aprobó en todas sus partes y juntos se fueron al tocador de Ana, que deprisa y como ocultándose, cerraba en aquel instante la carta que poco después don Fermín leía delante de su madre. Casi a viva fuerza habían hecho Visitación y Quintanar que Ana se vistiera, «como Dios manda», y saliese con ellos.

Pasó de mano en mano el leve fardo, hasta llegar a Josefina, que lo devolvió a la portadora muy deprisa, declarando que olía mal. No ven el agua ni una vez en el año decía confidencialmente a su cuñado doña Dolores y salen más fuertes que los nuestros. Yo, matándome, y sin poder conseguir que esa Lola se robustezca.

Huérfanos ambos novios de padre y madre, y decididos a que la boda se celebrase sin dar parte a nadie y sin ruido, lo concertaron todo tan deprisa que ya no les faltaba sino cuatro días para verse casados, exentos del cuidado de convidar a nadie de Madrid, y de llamar a amigos o a parientes para que asistiesen a la boda en aquel lugar.

Detúvose un momento Montiño como acometido por un accidente nervioso, y después siguió subiendo, aunque no tan deprisa. Quevedo esperó con suma paciencia durante una hora. Al fin de ella, sintió unos pasos precipitados en la escalera.

No me he hecho nada se dijo . Al pasar por cerca de la fuente de la plaza tiró el resto de la cuerda al agua. Luego, deprisa, se dirigió por la calle de la Rua. Iba marchando volviéndose para mirar atrás, cuando vió a la luz de un farol que oscilaba colgando de una cuerda dos hombres armados con fusiles, cuyas bayonetas brillaban de un modo siniestro. Estos hombres sin duda le seguían.

Quien carece de fuerzas para conquistar la costosa gloria de adelantarse a su tiempo, tenga la persistente virtud de servirle: así lo he pretendido; mas él ha caminado tan deprisa, que hoy acaso parezcamos tímidos los que ayer fuimos osados. De éstos quise ser: de los que al estudiar lo pasado y observar lo presente procuran preparar lo porvenir y se esperanzan con ello.

El coche siguió adelante al trote lento de los caballos. Lloviznaba, la noche estaba negra, no brillaba ni una estrella en el cielo. Se pasó una aldea, luego otra. ¡Qué lentitud! exclamó la monja. Es que los caballos son muy malos contestó Martín. Pasaron deprisa otra aldea, y cuando no tenían delante ni atrás pueblos ni casas próximos, Bautista aminoró la marcha. Comenzaba a anochecer.

Mas en medio de la faena, el diestro sufrió una colada y perdió enteramente el aplomo; dio otros tres o cuatro pases sin confianza y descompuesto; y deprisa y corriendo, sin estar bien cuadrado el animal, lió el trapo bastante lejos y se tiró a paso de banderillas. La estocada resultó un bajonazo de lo más malo que nunca se hubiera visto.

Palabra del Dia

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