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Actualizado: 15 de junio de 2025
La ocasión oportuna fué cuando la guerra de conquista contra los moros costaba tan cara á Castilla, cuando de todas partes oíase el clamoreo de: ¡oro! ¡oro! Fué cuando la España victoriosa deliraba por su gran cruzada y establecía el tribunal de la Inquisición. El italiano se agarró á esta palanca, convirtiéndose en más devoto que los devotos.
Luisa deliraba; sus hermosos ojos azules, en vez de objetos reales, no veían mas que sombras, ya danzando por la meseta, ya suspendidas de la maleza, ya posadas en la antigua torre. ¡Aquí están los víveres! exclamaba de vez en cuando la desdichada joven.
Martín sabía que no deliraba; se retiró a la sala y escuchó, por si Carlos contaba alguna cosa a la patrona. Martín esperó en su alcoba. En la sala, debajo del altar, estaba el equipaje de Ohando, consistente en un baúl y una maleta. Martín pensó que quizá Carlos guardara alguna carta de Catalina, y se dijo: Si esta noche encuentro una buena ocasión, descerrajaré el baúl. No la encontró.
Siempre había sido muy aficionado a representar comedias, y le deleitaba especialmente el teatro del siglo diecisiete. Deliraba por las costumbres de aquel tiempo en que se sabía lo que era honor y mantenerlo.
Como el pobre niño se hallara en aquel momento amodorrado, pudo Don Francisco observarle con relativa calma, pues cuando deliraba y quería echarse del lecho, revolviendo en torno los espantados ojos, el padre no tenía valor para presenciar tan doloroso espectáculo y huía de la alcoba trémulo y despavorido.
Nunca fue demasiado aficionada a las galas, pero de pronto se descuidó por completo en el vestir; le gustaban las flores y dejó de adornar con ellas su cuarto; deliraba por la música y pasó semanas enteras sin abrir el piano.
Es como si a un arquitecto se le dijese: «La casa construida por usted está mal cimentada, pero puede sobrevenir un terremoto y devolverle su equilibrio.» Todos estaban conformes en que la enferma entraba en una crisis, pero nadie, ni el propio señor Delviniotis, se atrevía a asegurar que no se terminase por la muerte. Germana deliraba. No reconocía a nadie.
Estaban casi sin sentido, en pie, en mitad del paseo; deliraba; la luna y la tiple se le antojaban en aquel momento una misma cosa; por lo menos, dos cosas íntimamente unidas.... Volvió a creer, como la noche del primer préstamo, que le faltaban las piernas; en suma, se sentía muy mal, necesitaba amparo, mucho cariño, un regazo, seguridades facultativas de que no estaba muriéndose. «Iba a ahogarse de enternecimiento; esa era la fija», pensaba él.
¿Qué dices? repitió después de una pausa. Usted está enferma, muy enferma, señora dijo Lázaro, que empezó á creer que doña Paulita deliraba ó estaba loca. La mujer mística sonrió de un modo inefable mirando al cielo y estrechando contra su pecho la caja del tesoro, como si fuera la persona del mismo Lázaro.
No había transcurrido una hora, cuando Juan despertó intranquilo, rompiendo a hablar de una manera algo descompuesta. Creyó Jacinta que deliraba, y se incorporó en su cama; mas no era delirio, sino inquietud con algo de impertinencia. Procuró calmarle con palabras cariñosas; pero él no se daba a partido. «¿Quieres que llame?». «No; es tarde, y no quiero alarmar... Es que estoy nervioso.
Palabra del Dia
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