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Actualizado: 5 de noviembre de 2025
Al verles Currita, apretó vivamente el brazo del buey Apis, diciéndole muy por lo bajo: Mire usted quién va allí, Martínez... Gallego, el ministro de Gracia y Justicia... En cuanto le vea a usted se asusta... ¡Anda!..., ya nos mira... ¡Qué delicia!... De fijo que esta noche se declara en el gabinete la crisis...
Un ligero estremecimiento hacía palpitar sus labios; los ojos, prometiendo amor, imploraban piedad, y el rostro iba tomando la palidez marmórea de la estatua que vio don Juan en sueños; pero ésta no era piedra esculpida, sino hermosa carne modelada por Dios y vivificada con el soplo de su espíritu para delicia del hombre. Don Juan no pudo aguantar más.
Y Álvaro sonreía de un modo que lo decía todo perfectamente, y hasta con acompañamiento de una música dulcísima que la Regenta creía oír dentro de sus entrañas; una música que le salía de los ojos y de la boca.... «¡qué sabía ella! pero aquello era una delicia mucho más fuerte que todas las del misticismo».
Perdonad, señora añadió doña Clara , pero yo no le debo ocultar nada; me parece ahora, ahora que le veo delante de mí, que es mío... mirad, madre, me parece que estoy entregada á un sueño dulce, y mi vida se llena de no sé qué delicia, que me embriaga, ¡y soy tan feliz! ¡Dios mío! ¡tan feliz! ¡tan feliz!
Lucía, al desnudarse, vio sobre la mesa los paquetes de sus compras de ropa blanca. Se mudó con delicia, y acostose creyendo dormir como una bienaventurada, a semejanza de la noche anterior. Mas no gozó de tan regalado reposo, sino de un sueño inquieto y desigual.
Poco decir era por que ¡había gozado tan poco!». Al sentir cerca de sí a don Álvaro, segura de que no había peligro, respiraba con delicia, dejaba el espíritu en una somnolencia moral que la tenía bajo los efectos del opio.
Al despertar todas las mañanas se sorprendía Anita con una sonrisa en el alma y una plácida pereza en el cuerpo. Las tías le permitían levantarse tarde, y gozaba con delicia de aquellas horas. Para ella su lecho no estaba ya en aquel caserón de sus mayores, ni en Vetusta, ni en la tierra; estaba flotando en el aire, no sabía dónde.
Así se hallaron frente a frente la personificación de todas las grandezas acumuladas por los tiempos y el representante de una raza que contribuyó a crearla para delicia de otros. Juan poseído de una pasión que daba espanto, tendió hacia ella los brazos.
Un dulce coro puebla la atmósfera toda: son las campanas de oro de la boda. ¡Qué mundo de venturanza la plácida nota lanza Su voz como una caricia o como un suave reproche desgrana en la calma noche las perlas de su delicia.
Pero lo que causaba a Cristeta verdadera delicia era la convicción de que don Juan se apenaba cada vez que la veía salir a escena ligera de ropa.
Palabra del Dia
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