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Actualizado: 5 de junio de 2025
Frígilis era apóstol ferviente del transformismo; le parecía absurdo y hasta ridículo hacer ascos al abolengo animal.... Don Pompeyo, aunque se sentía seducido por aquella teoría que dejaba un subido y delicioso olor a herética y atea, no se decidía a creerse descendiente de cien orangutanes; sonreía como si le hiciesen cosquillas... pero no se determinaba a decir sí ni a decir no.
Nuestra hija se curará, estoy segura. Me ha hecho pasar, no obstante, quince noches desagradables en esta ciudad de Corfú. No se decidía a dormir y tenía que mecerla como a un niño. Comía únicamente por darme gusto; nada le apetecía, y cuando no se come, se acaban las fuerzas. No le quedaba más que un soplo de vida presto a extinguirse a cada instante, pero yo no desesperaba nunca.
Un rato estuvo Ido del Sagrario ante el establecimiento de El Tartera, que así se llamaba, mirando los dos tiestos de bónibus llenos de polvo, las insignias de los bolos y la rayuela, la mano negra con el dedo tieso señalando la puerta, y no se decidía a obedecer la indicación de aquel dedo. ¡Le sentaba tan mal la carne...! Desde que la comía le entraba aquel mal tan extraño y daba en la gracia estúpida de creer que Nicanora era la Venus de Médicis.
El general Miller no era, por naturaleza, amigo de variaciones: era un hombre de benévola disposición en quien la costumbre ejercía no poco influjo, apegándose fuertemente á las personas cuyo rostro le era familiar, y con dificultad se decidía á hacer un cambio, aun cuando éste trajera aparejada una mejora incuestionable.
Váyase, Dougall, y que no se cambien en nada mis disposiciones. El marinero saludó y siguió de cerca al vigilante. Tragomer los siguió con la vista desde la puerta y observó que no tomaban el camino por el que habían entrado, por lo cual no debían pasar, al salir, por delante del centinela. La suerte se decidía en favor de Jacobo.
Se hacía necesario inventar cuanto antes otra cosa, porque los empresarios no se arriesgaban ya a contratar un espectáculo tan gastado, y ella no se decidía a abandonar su querido París... Mejor dicho, su marido o amigo, el lindo Raguet, era quien no le permitía abandonar a París. Este Raguet era un parisiense incurable.
No se decidía ni a besarla, gozando con la idea de poder hacerlo a sus anchas después de recibidas las bendiciones de la Iglesia, y aun de hacerle otras caricias con la falsa ilusión de no habérselas hecho antes. Mientras comían, Fortunata se sintió anegada en tristeza, que le costaba trabajo disimular.
El padre de Pepa, que era maestro carpintero y había adquirido en sus contratas un razonable caudal, tenía demasiado apretados los cordones del bolsillo, no se decidía á señalar dote á su hija, contentándose con responder á las instancias de los novios que «los ayudaría en todo lo que pudiese». Pero tal vaga promesa estaba lejos de satisfacer el espíritu esencialmente práctico y ordenado de Frasquito.
La mejor chica del pueblo se decidía a ser su mujer, más por miedo y respeto que por cariño; los del Ayuntamiento le halagaban dándole escopeta de guardia rural, espoleando su brutalidad para que la emplease en las elecciones; reinaba sin obstáculos en todo el término; tenía a los otros, los del bando caído, en un puño, hasta que, cansados éstos, se ampararon de cierto valentón que acababa de llegar también de presidio, y lo colocaron frente a Rafael.
Mi tío va más lejos y pretende que sólo los imbéciles no cambian de opinión; pero ¿sucede con el corazón lo mismo que con la cabeza? «Dadme luz, mi viejo cura». Cuando el señor de Pavol decidía algo, tío tardaba en ejecutarlo. Partiendo de este principio, señaló el 15 de Enero para verificar el matrimonio de Blanca.
Palabra del Dia
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