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Actualizado: 18 de junio de 2025


Estaban las tres amigas en aquella pura edad en que los caracteres todavía no se definen: ¡ay, en esos mercados es donde suelen los jóvenes generosos, que van en busca de pájaros azules, atar su vida a lindos vasos de carne que a poco tiempo, a los primeros calores fuertes de la vida, enseñan la zorra astuta, la culebra venenosa, el gato frío e impasible que les mora en el alma!

El público desocupado que los contempla, cree que ejercen una especie de magnetismo sobre su presa como la culebra sobre las ranas; hasta cuentan que truchas y carpas, arrastrados á su pesar, van á morder el fatal anzuelo.

Visto desde la cumbre de una colina, sus curvas brillan á la luz como los pliegues y repliegues de una culebra con reflejos de plata; sólo que, mayor que los dragones de la antigua mitología, estas enormes serpientes tienen por lecho un valle que se extiende hasta perderse de vista, desde los montes hasta la tierra baja ó hasta las arenosas playas del océano.

Era como una ceguera y sordera moral, casi física. La culebra que se le había enroscado dentro, desde el pecho al cerebro, le comía todos los pensamientos y las sensaciones todas, y casi le estorbaba la vida exterior. Quería llorar; ¿pero qué diría la familia al verla hecha un mar de lágrimas?

Las escaleras son cerbatanas, por donde pasa la persona como la culebra que se roza entre dos piedras para soltar su piel. Un poco más de hombre o un poco menos de escalera, y serán una sola cosa hombre y escalera. Pero sigamos la historia de mi amigo.

Dentro de la urna o refriante se veían las roscas de la culebra de metal. La cabeza de la culebra aparecía fuera de la urna en su parte baja. No lejos de la chimenea estaba por el suelo un féretro abierto y vacío.

Pude decir entonces: Nunca tuve nombre. O, si lo tuve, ya no lo tengo. Lo he perdido. Y, aunque salamandra para los órganos materiales de mi cuerpo, ¡no retoñar mi nombre! Y transformose sucesivamente en una pantera, una garza, una culebra, una mosca, una corsa... Déjate de fastidiarme con tus mutaciones le observé severamente.

Siempre el mismo ru, ru... ¡llega á marear! ¿No observas con qué gravedad murmura esta gran culebra?... Parece un maestro que nos está sermoneando, sin cansarse jamás de darnos consejos... Escucha ahora sin embargo... ¡Qué notas de flauta tan hermosas!... Ya vuelve al ru, ru... Otra vez la flauta... Parece que interrumpe su sermón para hacernos una caricia...

Yo iba mirando tanto el rosariazo del ermitaño, con las cuentas frisonas, como la espada del soldado. ¡Oh, cómo volaría yo con pólvora gran parte de este puerto -decía-, y hiciera buena obra a los caminantes! -No hay tal como hacer buenas obras -decía el santero. Y pujaba un suspiro por remate. Iba entre rezando a silbos oraciones de culebra. En estas cosas divertidos, llegamos a Cercedilla.

El pájaro que muda su pluma cada estación, está triste, y más triste aún la pobre culebra al cambiar de piel. El ser racional muda también la piel y todos sus tejidos cada mes, cada día, á cada instante, perdiendo un poco de mismo incesantemente, con suavidad. No está abatido, sino algo debilitado, en un momento vago y de ensueño en que palidece la llama vital para reaparecer más lúcida.

Palabra del Dia

rigoleto

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