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De este modo se llega al puerto de San-Pedro, distante mas de una legua de la poblacion, á donde se va á caballo. En tiempo de crecientes, hay que pasar dos arroyos en balsas de cuero, que un indio desnudo conduce á nado hasta la ribera opuesta.

Junto á las paredes, en casi toda la extensión del local, montones de paja sobre la cual reposaban veinte ó treinta arqueros de la Guardia Blanca, sentados ó reclinados sobre el codo, sin capacetes, coletos ni espadas y con sendos recipientes de cuero y estaño llenos de cerveza ó vino, según el gusto de cada cual.

Yo una elegante y fina Lafaucheux de dos cañones, canana correspondiente, cuchillo de monte, borceguíes de ancha y recia suela claveteada, polainas de cuero inglés, y todo el equipaje, en suma, de un cazador de figurín.

Se miró al espejo. «Aquello ya era un hombre». La Regenta nunca le había visto así. «En el armario había un cuchillo de montaña». Lo buscó, lo encontró y lo colgó del cinto de cuero negro. La hoja relucía, el filo señalado por rayos luminosos, parecía tener una expresión de armonía con la pasión del clérigo. El Magistral le encontraba una música al filo insinuante.

1186 Al pobre, al menor descuido, lo levantan de un sogazo, pero yo compriendo el caso y esta consecuencia saco: el gaucho es el cuero flaco: da los tientos para el lazo. 1187 Y en lo que esplica mi lengua todos deben tener ; ansí; pues, entiendanmé, can codicias no me mancho: no se ha de llover el rancho en donde este libro esté. 1188 Permítanme descansar, ¡pues he trabajado tanto!

Pero oye, amigo ¿tan vacía está tu bolsa? Porque en tal caso, mientras entramos en el primer campo, castillo ó villa de Francia, aquí llevo yo mi vieja escarcela de cuero al cinto y no tienes más que meter en ella la mano. Ya sabes que entre hermanos de armas no hay tuyo ni mío. No, amigo; aquí ni dinero se necesita.

A las diez y cuarto entró en la alcoba don Víctor, chorreando pájaros y arreos de caza, con grandes polainas y cinturón de cuero; detrás venía don Tomás Crespo, Frígilis, con sombrero gris arrugado, tapabocas de cuadros y zapatos blancos de triple suela.

En testimonio de verdad. Pero Ponce LucasLibróse asimismo testimonio de haber desaparecido: Del cuarto del cocinero, su mujer, Luisa Robles, y su hija Inés Martínez. De las cocinas, el galopín Cosme Aldaba. De la servidumbre de la reina, el paje Cristóbal Cuero. Y se tomaron declaraciones, y por estas declaraciones se averiguó que la cocinera tenía un amante, que se llamaba Juan de Guzmán.

Pendientes de la ancha charpa, de cuero también, que ceñía su cintura, había un revólver a un lado y al otro lado un enorme cuchillo de monte. En la mano derecha cubierta de guante de gamuza, tenía una escopeta de dos cañones, que descansaba en el suelo y sobre la cual se apoyaba. Por bajo, había un rótulo que decía: al ir a caza de tigres.

Siéntese usted, joven. Está usted en su casa: ya sabe que le considero como de la familia. Y el senador don Gaspar Jiménez acariciaba a Maltrana con aquellas palmaditas protectoras que enorgullecían al joven. Estaba en el despacho del personaje, habitación amueblada con la severidad que correspondía a un hombre de su importancia y su seso. Las sillas eran de cuero, las paredes obscuras.