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Actualizado: 1 de junio de 2025
Dijo con tal soltura y con tal aplomo estas palabras Cristóbal Cuero, que Montiño se desconcertó, dudó, vaciló y empezó á ver las cosas de distinto color. ¿Pero para qué se daban esos hechizos á su majestad? Oíd, señor Francisco: la mujer que tales hechizos toma, se vuelve lo más obediente del mundo para su marido.
Pero ninguno es mas eficaz que el carbonato de cal para devolver á la piel arrugada su flexibilidad y su suavidad, y al cuero cabelludo los cabellos que se caen.
Tú roncas, máquina de vapor, tú roncas y sólo eres una bolsa y al revés, un cuero blando y fofo, vejiga agujereada, globo desgarrado, y mañana una cosa sin nombre, un poco de agua de mar disipada.» Crustáceos. La guerra y la intriga.
¡Ah! pero... el veneno... yo no he pensado jamás en eso... Buscad el veneno. Montiño se acordó entonces de que tenía en el bolsillo los polvos que le había dado envueltos en un papel el paje Cristóbal Cuero. ¡El veneno! exclamó ¡un veneno que mata en cinco minutos! ¡como murió ayer el paje Gonzalo!... Eso es... No... y cien veces no... Pues á la horca por asesino.
Aquellos tres hombrachos armados de carabinas cortas de Inspruck, con polainas altas de color azul y botones de cuero que les subían por encima de la rodilla, las espaldas cubiertas con una especie de casaca de piel de cabra y el sombrero muy echado atrás no se habían dignado siquiera acercarse al fuego.
Traía la muestra de ellas en su cara, y por las que le habían dado concertaba tamaño y hondura de las que había de dar; decía: "No hay tal maestro como el bien acuchillado"; y tenía razón, porque la cara era una cuera y él un cuero. Díjome que me había de ir a cenar con él y otras camaradas, y que ellos me volverían al mesón.
Hace muchos años, hijo mío, que estoy esperando por ti respondió el pico. Pues aquí me tiene dijo Meñique. Y sin pizca de miedo le echó mano al pico, lo sacó del mango, los metió aparte en su gran saco de cuero, y bajó por aquellas piedras, retozando y cantando. ¿Y qué milagro vio por allá su señoría? preguntó Pablo, con los bigotes de punta.
Y movía el látigo corto con su terrible tira de cuero. Hubo de aceptar al fin el español que le acompañase hasta el pueblo, convencido de lo inútil que era oponerse á sus propósitos. Aún perduraba en Rojas la furia homicida de su combate á muerte con el gaucho, y Robledo esperaba abonanzarle cuando hubiesen transcurrido unas horas.
Cerciorose asimismo de que una cartera de cuero de Rusia y plateados remates que pendiente de una correa llevaba terciada al costado, abría y cerraba fácilmente con la llavecica de acero, que volvió a guardar en el bolsillo del chaleco, con cuidado sumo.
El ruido que hizo la tapa al descender, el gemido armonioso del cuero, parecióle una voz irónica que le respondía: «Por eso, por eso mismo». «¡Será posible! murmuró el bueno del capellán . ¡Será posible que la abyección, que la indignidad, que la inmundicia misma del pecado atraiga, estimule, sea un aperitivo, como las guindillas rabiosas, para el paladar estragado de los esclavos del vicio!
Palabra del Dia
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