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Actualizado: 16 de junio de 2025


A la tercera vez ésta se hizo cargo de lo que aquello significaba, y exclamó mirándola con ojos risueños y compasivos: ¡Pobrecita! ¡Pobrecita mía! Cecilia se tapó los suyos con las manos y estuvo así un rato. ¿Qué tienes? le dijo al fin doña Paula. Nada, nada. Pero continuó cubriéndose los ojos. Vamos, ¿qué tienes, hija mía? No tengo nada contestó destapándose al fin.

Sobre cada forma todavía tiritante, el telón, como un paño mortuorio, desciende con un ruido de tempestad. Y los ángeles, todos pálidos y macilentos se levantan y cubriéndose afirman que ese drama es una tragedia que se llama «El Hombre» de la cual el héroe es el Gusano Vencedor....!

Una de sus órbitas había quedado vacía, colgando de este orificio del cráneo algunas piltrafas de la masa cerebral. En torno á él, la tierra bebía sangre ávidamente, cubriéndose de moscas. Se echó abajo del caballo, y con el revólver en la diestra avanzó hacia la casa. Al asomarse á su puerta y ver que no había nadie en la gran pieza que servía de sala y comedor, empezó á dar gritos.

Entonces, Ramiro, cubriéndose con su rodela, y ebrio de sanguinario furor, comenzó a repartir estocadas en el tumulto, sintiendo, a cada golpe, el crujido de las ropas y la blandura de los cuerpos que recibían la punta como pellejos de vino. Nadie gritaba. Era una escena muda. Los que caían se quejaban apenas con el aliento.

En el coronamiento de la torre, una tronera que había servido en otros tiempos para un pequeño cañón recortaba su tajadura sobre el azul del cielo. A un lado del promontorio, cortado a pico sobre el mar, descendía el terreno, cubriéndose de verde con arboledas bajas y frondosas, entre las cuales asomaba la mancha blanca de un exiguo caserío.

Un esportón de basura será lo que yo le regale. Y diciendo esto, rompió Juanita en el más desesperado llanto. Abundantes lágrimas brotaron de sus ojos y corrían por su hermosa cara; parecía que iban a ahogarla los sollozos y se echó por el suelo, cubriéndose el rostro con ambas manos y exhalando profundos gemidos.

«¡Valencia, Valencia, Valencia! Tus muros son ruinas; tus jardines cementerios, tus hijos esclavos del cristiano»... gemía el poeta cubriéndose los ojos con el alquicel.

Se despojó de su antiguo traje, que en realidad estaba maltratado y con numerosas roturas, cubriéndose luego con la suelta túnica que le habían fabricado los sastres del país. Finalmente se echó sobre la cabeza un velo hecho de lona de la que fabricaban los pigmeos, y que más bien parecía la vela de un antiguo navío.

Era rubia, de ojos azules, ensortijado el pelo; estaba en camisita y traía en la mano la pelota. Luis, Genoveva y Damián, cayeron de bruces sobre la mesa... Casilda, loca de espanto, se tiró al suelo de rodillas, cubriéndose el rostro con las manos y gritando: ¡Perdón, Señor! La niña retrocedió asustada, tiró al huir la lamparilla derramando el aceite, y se metió en la cama muertecita de miedo.

La señora de Maurescamp, en extremo admirada de aquel doble descubrimiento, dejó caer la bujía, que se apagó; después de algunos segundos de inmóvil estupor, dejose caer sobre un diván que tenía cerca y cubriéndose el rostro con las dos manos, púsose a sollozar.

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