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Actualizado: 17 de mayo de 2025
La casa era como la de todos los paisanos, aun los mejor acomodados, pobre y fea: en el piso bajo estaba la cocina, con pavimento de piedra y escaño de madera ahumada: arriba había una salita con dos cuartos: en uno dormían Rosa y Ángela; en el otro, su padre; abajo, en un cuartucho, Rafael y el criado.
Todas las mañanas veía a Maltrana, al volver éste de la redacción. El pobre joven, para dormir, tenía que esperar a que su padrastro y su hermano menor abandonasen un mísero cuartucho de la calle de los Artistas, y una vez en él, se tendía sobre el camastro único, todavía caliente, con la huella de los cuerpos del viejo albañil y su aprendiz.
A las mujeres que se hallaron allí, se les daba un cuartucho de ración, y á los mozos medio, y á muchos otros no les daban nada; y viéndose morir de sed muchos dellos, se huían al campo de los turcos, que fueron más de 700 personas, entre los cuales se iban también soldados de todas las naciones, y algunos dellos, que eran de confianza, que los ponían á la guardia fuera, en el foso, y también de dentro el fuerte se huyeron algunos dejando la guardia, y hobo otros que se echaban de noche por la muralla y se fueron á los turcos.
Por tres reales le daba cama de a peseta, y en obsequio a la excepcional decencia del parroquiano, por sólo un real de añadidura le dejaba tener su baúl en un cuartucho interior, donde, además, le permitía estar una hora todas las mañanas arreglándose la ropa, y acicalándose con sus lavatorios, cosméticos y manos de tinte.
Maltrana se alegró al verle. «El vecino», como él le llamaba, habíale siempre inspirado gran simpatía. Muchas veces, de chiquitín, entraba en su cuartucho, y sentándose en sus rodillas, le acariciaba el recio bigote, haciéndole preguntas sobre las aventuras de su vida. Era un aragonés, parco en palabras, rudo, sobrio, habituado a la obediencia.
¡Una capa! ¡Poseer una capa de brega, no teniendo que implorar a otros más felices el préstamo del ansiado trapo por unos minutos!... En un cuartucho de la casa yacía olvidado un viejo colchón con las tripas flácidas. La lana habíala vendido la señora Angustias en días de apuro.
Púsose en esto la vieja en los labios un dedo como imponiendo silencio a Cervantes, que a la puerta habían llamado, y con prisa; y llevole a aquel cuartucho que a lo último del bodegón estaba, como se dijo, y encerrole, y fuese a abrir la puerta de la calle, y hallose con que era el señor Viváis-mil-años, que venía a su casa.
Bebimos el otro par de botellas. Noté que cada vez hablábamos más alto, y sentí en el rostro un calor extraordinario. El de Suárez permanecía tan sereno y cetrino como siempre. Sólo sus ojuelos, siempre vivos, parecían bailar ahora arrebatadamente. Dije que en aquel cuartucho hacía demasiado calor, y me levanté para quitarme la americana, pero al hacerlo observé que la habitación se bamboleaba.
M. L'Ambert le hizo saber, de un modo delicado, que echaba mucho de menos la vecindad de su ayuda de cámara, y el mismo Romagné solicitó autorización para alojarse en las buhardillas, adjudicándosele entonces un cuartucho que las freganchinas no habían querido nunca. «¡Dichosos los pueblos que no tienen historia!» ha dicho un sabio.
Con frecuencia, echábale en cara su falta de religiosidad; le oía con sonrisa de lástima, hablar de sus entusiasmos científicos, pensando en los fragmentos de sermón que había escuchado contra aquella ciencia malvada y perturbadora. Las otras dos mujeres de la familia no le herían menos en sus ilusiones. ¡Estaba solo! Más solo que cuando vivía en París, en su cuartucho de estudiante.
Palabra del Dia
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