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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Lo cierto es que trataba a sus pretendientes con ostensible despego. ¡Qué esfuerzos hacía cada uno de ellos por aventajar a los otros en cortesía, donaire y gentileza! ¡Cuántos cartuchos de confites entregados con emoción y olvidados inmediatamente sobre la mesa! ¡Cuánto requiebro, cuánta galantería perdidos en el aire!
Aquí, dos bodas; en el restaurant de más allá, otras; en último termino, un cortejo nupcial, zarandeándose al compás de los pianos con la panza repleta de peleón. Aquello repugnaba a Luis. ¡Todo Dios se casaba!... ¡Qué brutos! ¡Cuánta gente inexperta queda en el mundo!
¡Cómo palpitaba mi corazón al encontrarme en el vasto salón, cuyas ventanas se abrían hacia la plaza, en el cual yo contemplaba el hervidero de gentes que me atraía! ¡Oh!... ¡Cuánta ilusión durante las largas horas de espera!
Fernando torcía el gesto ante la desmesurada explosión de entusiasmo. «Es demasiado pensó . ¡Cuánta dicha habría de contener ese país para dar gusto a tanta gente!...» Percibíase con toda claridad sobre el cielo azul la blanca silueta de Buenos Aires.
Cargó con él la moza, y D. José y su ahijada se quedaron solos en presencia de las papeletas. «Es preciso echar un esfuerzo, echar mano de todo. ¡Cuánta papeleta!» exclamó el santo varón cruzando sus manos con ademán piadoso. Isidora las pasaba, las leía, las iba contando. ¡Ay!
Cuanto ganaba Kassim, no obstante, era para ella. Los domingos trabajaba también a fin de poderle ofrecer un suplemento. Cuando María deseaba una joya ¡y con cuánta pasión deseaba ella! trabajaba de noche. Después había tos y puntadas al costado; pero María tenía sus chispas de brillante.
Cierto es que sin el apoyo que ambos le prestaron quizás se habría visto apurada para llegar hasta allí, pero, ¡cuánta, diferencia no había entre aquel día y la víspera, cuando hubo que llevarla en brazos! Me senté a su lado y a los pocos instantes dio muestras de sentir cierta impaciencia.
Verdad es que él fue atrevido, atrevidísimo... Es tan apasionado, que no sabe lo que se hace... Estaba fuera de sí. ¡Qué ojos, qué fuerza la de sus manos! ¡Pero qué seria estuve yo!... Con cuánta frialdad le despedí..., y ahora me muero porque vuelva... ¡Jesús, acaban de dar las cinco y ya dan las seis! Esto no puede ser. Ese reloj está borracho... Tengamos calma. Siento mucho sueno.
Esto pareció á los inteligentes que encerraba en sí algun gran secreto, más de lo que exteriormente parecia; otros lo tomaron bien, diciendo que como fué fiel á Fadrique, así lo sería al Emperador, con que ganó opinion y gloria, siguiendo la sentencia de Platon, de cuanta importancia sea el parecer bueno y justo para ganar opinion, y poder engañar.
Pues no puedo leerlo sin que se me levante dolor de ojos y de cabeza. ¡Dios me perdone! Y cuanta más atención pongo, peor. Pero acaba usted de decirnos que a Belarmino no le perjudica tanta lectura porque es de libros que no entiende. ¡Quién lo dijera! Lo natural parece lo contrario. Pues, ve ahí; tiene usted razón.
Palabra del Dia
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