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Actualizado: 19 de julio de 2025
Recogió a Cristeta una tía, casada, hermana de aquélla, que tenía estanco en uno de los sitios más céntricos de Madrid; y aunque las malas lenguas del barrio dijeron que el amparar a la huérfana fue arbitrar medio de tener persona de confianza que ayudase al despacho, es lo cierto que no sólo no sufrió malos tratos la niña, sino que hasta fue acogida con cariño y enviada a la maestra, donde aprendió a leer, escribir, contar, bordar y coser, pasando luego a encargarse del mostrador, hecha ya una mocita muy mona, y tan lista, que jamás se equivocaba en dar las vueltas, ni recibía moneda falsa, ni trabucaba los sellos de las cartas.
Sin embargo, Cristeta, que todo lo arriesgaba en la partida, se rehizo, y dominando su primera impresión, se aprestó a la lucha. Era llegado el instante de lo que ella, a solas con su pensamiento, llamaba el último acto de su comedia. Lo veremos. Hay mucho que hablar. Un hombre que se ve en mi situación, tiene derecho a... A nada. Te equivocas.
¿Se habría equivocado? ¿Sería Juan, u otro cualquiera que se le pareciese en el modo de toser? Si fuese él, ¡qué dulcísimo miedo! Si no, ¡qué tranquilidad... y qué desilusión! Era en verano, y el cuarto había permanecido todo el día cerrado; así que entre su propio sofoco y el calor de la habitación, Cristeta no respiraba a gusto. Sin mover ruido fue al balcón y lo abrió. ¡Qué hermosa noche!
En suma, Cristeta desconfiaba sinceramente de saber ni poder ni querer resistir a don Juan, y al mismo tiempo su dignidad femenina se sublevaba, temiendo que el abandono pudiera ser para ella el mismo despeñadero que para tantas otras. Acaso llegase a conformarse con la idea de perderse por amor; mas no podía transigir con la perspectiva de ser una pérdida.
Pues bien; la doncella que la acompañó me ha contado que allí tuvo algo con no sabe quién..., de cierto, nada; pero algún lío debía de traer entre manos, porque, según la chica, en cuanto llegaban por la noche del teatro a la fonda, Cristeta la despedía sin dejar que la desnudase; y otras veces se quedaba escribiendo hasta muy tarde.
No pretendió el diablo tentarles más, o don Juan quiso dejar la tentación para otro día, porque levantándose de repente, como quien se aparta de un grave peligro, se pasó las manos por el rostro, y dijo: No, Cristeta, esto es una locura... Adiós, hasta mañana; estás hermosísima y te quiero demasiado.
Al verla levantarse, don Juan se puso también en pie, comprendiendo que en aquel instante podía intentar un asalto decisivo. La noche, el sitio, la soledad, el silencio, la excitabilidad de que Cristeta parecía poseída, hacían apetitosa y deleitable la ocasión; mas ¿a qué atacar una fortaleza a la cual faltaba tan poco para rendirse voluntariamente?
Después de urdir en su pobre entendimiento una mentira burda, presentósele don Quintín diciéndole en sustancia que Cristeta se le mostraba cada día más entera y rebelde; pero que él había discurrido manera de amansarla y rendirla.
En medio del contento que Cristeta experimentaba viendo así halagados sus gustos, aún le quedaba una gran curiosidad por satisfacer.
La casualidad o la Providencia, que acaso sean hermanas según la semejanza de sus obras, vino al poco tiempo en ayuda de Cristeta. Una mañana, mientras se peinaba, comenzó a cantar coplas de cierta zarzuela que a la sazón estaba en moda. Era verano y los balcones de la vecindad que daban al patio aparecían entornados.
Palabra del Dia
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