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Actualizado: 19 de julio de 2025
Sonar la falsa tos, rechinar el hierro y abrirse la puerta, apareciendo en ella el galán, fue obra de un momento. A estar Cristeta menos enamorada, habría podido, durante las veinticuatro horas transcurridas desde la entrevista anterior, reflexionar sobre la conducta que le convenía seguir; pero ya no discurría tan frescamente como al salir de Madrid.
Julia servía con el mayor celo a Cristeta: primero, por obediencia a sus padres y a Inés, que se lo encargaron; segundo, porque don Juan, espléndido y dadivoso, le regalaba continuamente duros y pesetas con novelesca prodigalidad; además, se divertía mucho contribuyendo a traer engañado a un caballero.
Probablemente con mi tío. Y yo detrás. Veremos...; pero crea usted que desde ahora hasta el verano ya se le habrá quitado a usted eso de la cabeza. No vaya usted a creer que es un capricho. Cristeta le miró algo severa, frunció el ceño y respondió: Nunca he creído yo que pudiera servir para satisfacer caprichos. <tb> Aquella misma semana tuvieron varias conversaciones parecidas.
Aquella idea se le había ocurrido alguna vez, muy vagamente, pero jamás la formuló su pensamiento con tan espantables caracteres de posibilidad. ¡Suyo el hijo de Cristeta! ¡Vaya un final de almuerzo! Poco le faltó para exigir a don Quintín con malos modos que confesara cuanto supiese; mas comprendió que la violencia era inútil.
Entonces Cristeta se vestía y emperejilaba, cepillaba cuidadosamente a su tío la americana o ayudaba a su tía a ponerse la mantilla, y con el que había de acompañarla partía gozosa, siendo completa su satisfacción la noche que, durante algún entreacto, la saludaba familiarmente cualquier poeta ramplón o se le acercaba un actor, por malo que fuese, a echarle cuatro requiebros.
No; y la demostración, terrible por cierto, consistía en que, desde la tarde del primer encuentro con Cristeta, no se le había ocurrido acercarse ni conocer, en sentido bíblico, a ninguna mujer.
A la noche siguiente supo Cristeta que ni en París ni en Madrid había tal casa de Garcitola ni solo ni con compañía: y lo peor del caso era que su adorador no mentía. ¡Lo que yo me figuré! exclamó ella. Ahora venga la mano dijo él.
Pero lo que causaba a Cristeta verdadera delicia era la convicción de que don Juan se apenaba cada vez que la veía salir a escena ligera de ropa.
No: Cristeta no es capaz... ¿Estará realmente casada?... Importarme, no me importa nada; pero me mortificaría que conmigo presumiese de incorruptible...» A las ocho menos cuarto apareció Julia bajo el arco que da a la calle de Toledo. Al verla, se dirigió hacia ella con mal disimulada impaciencia: ¿Qué hay, buena pieza? Pos verá usted.
No, sino que él llevaba grabada en el magín, como única apetecible y codiciable, la que realmente deseaba. Entretanto, la maquiavélica Cristeta estaba solita en su modesto albergue de la calle de Don Pedro, diciéndose: «Hoy me andará buscando.» Martes. Hermoso día de otoño, aunque algo fresco.
Palabra del Dia
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