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Actualizado: 15 de junio de 2025


Este Estatuto, acordado en 5 de marzo de 1298, perseveró hasta el año de 1366, y aunque nada nos dicen los cronistas cordobeses de los efectos que produjo, debemos sospechar que no sería ineficaz considerada la cuantía de la pena pecuniaria que se echaba encima el que se deslizaba en la via de las ofensas personales, pues ademas de ser en todos tiempos el bolsillo el mejor fiador de la probidad legal de los hombres vulgares, era tal el lujo introducido en las mesas en aquella época, que para que un yantar se reputase bueno y cumplido, habia de costarle al prebendado incurso en semejante pena por lo menos la renta de medio año.

A punto estuvo de costarle la vida esta jactancia, porque algunos señores de la corte, muy poco sufridos, creyeron lo que aseguraba y recelando que así el rey de Castilla iba antes y por camino más corto a llegar a la India, donde todavía no habían llegado los portugueses, decidieron provocar a Colón, y como era poco sufrido reñir con él y darle muerte, con lo cual su descubrimiento quedaría para Portugal y no aprovecharía a los castellanos.

«No me esperaba esta satisfacción, que casi es una promesa se decía paseando desde la sala al despacho y viceversa : nos acercamos al momento supremo de la crisis. Lo que me figuré: casada por despecho, y arrepentida. Me quiere... y le falta valor... lo cual prueba que no es mala. Yo tengo la culpa de todo. ¡Qué lucha habrá sostenido la pobre consigo misma! ¡Qué noche habrá pasado! Porque... vamos a cuentas: si se ha casado, aunque me quiera, por fuerza ha de costarle trabajo hacer traición... traición, no; pero, en fin, engañar al otro. Lo que en realidad no es más que la vuelta al primer amor, creerá ella que es una liviandad imperdonable, y no le faltará razón, pero ¿a qué? Yo no soy el marido. Por supuesto que si no hay tal marido, si sólo se trata de un amante, y le deja por , ella tiene que considerarse como una mujer que va de hombre a hombre, como hueso de perro a perro, o baraja de mano en mano. En fin, me parece que está al caer. Lo cierto es que nosotros somos responsables de todos los pecados, desórdenes y zorrerías que cometen las pobres mujeres.

En la capilla acostumbraba Perucho notar que se hablaba bajito, se andaba despacio, se contenía hasta la respiración: el menor desliz en tal materia solía costarle un severo regaño de don Julián; de modo que, sobreponiéndose el instinto y el hábito al azoramiento y trastorno, penetró en el sagrado lugar con actitud respetuosa.

Hasta entonces al menos ninguna había logrado tomar de su bolsillo más que lo que en cuenta corriente había destinado a este ramo exquisito de sus placeres. A fuerza de experiencia y de cálculo, cuando emprendía alguna nueva conquista, sabía de antemano lo que iba a costarle; trazaba su presupuesto con la exactitud de un experto maestro de obras.

Uno, engañado largo tiempo con sus astucias, la delata á la Inquisición, y, comprendiendo ella que puede costarle la vida su fama de brujería, se empeña en demostrar con la mayor diligencia que sus pretendidas artes mágicas son las cosas más naturales del mundo; todo el afán mostrado antes para que se diese fe á la fuerza de sus filtros, amuletos y ungüentos, lo emplea ahora en probar que eran sólo artimañas y engañifas.

Si tenía un pleito, lo primero que pensaba era cuánto dinero iban a costarle los magistrados que habían de fallarlo. Si estaba interesado en un expediente gubernativo, separaba in mente la cantidad que debía destinar al ministro o al subsecretario o a los consejeros de Estado.

Volcó entonces gran parte de su hacienda para armar, a su costa, una verdadera mesnada, como los infanzones antiguos. A las órdenes del Marqués de Mondéjar, señalose en las refriegas por una cólera irrefrenable, que más de una vez pudo costarle la vida, arrojándole completamente solo entre los enemigos, en la saña de las persecuciones. Predicaba la guerra sin cuartel y la castración general.

Esto es, una puñalada dada por detrás. Pero aquella puñalada debía costarle dinero. Además, podía envolverle en un proceso. Montiño desechó aquella idea, dos veces peligrosa. Ocurriósele valerse de su sobrino. Valiente, audaz, generoso, no vacilaría ni un punto en ponerse delante del sargento mayor, tirar de la espada y despacharle en regla. ¿Pero cómo decir á su sobrino que su tía?...

Pierde en Italia treinta y cinco millones, gasta quince ó veinte millones todos los años en sus atenciones particulares, mil y mil compromisos enormes pesan sobre su caja, y cuando todo el mundo lo cree más apurado, compra terrenos y levanta planos para hacer un barrio magnífico, el más magnífico de Madrid, por la espalda de su palacio, cuya obra no debe costarle menos de mil trescientos á mil cuatrocientos millones.

Palabra del Dia

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