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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Miraba esto Fortunata, cuando de repente... ¡ay, Dios mío!, vio a su marido; era él, Maximiliano, que entraba en la plaza por el arco del 7 de Julio, y tuvo que retroceder saltando más que de prisa, porque el chorro de agua le cortó el paso.
Pepita había dejado en la casería la larga falda de montar, y caminaba con un vestido corto que no estorbaba la graciosa ligereza de sus movimientos. Sobre la cabeza llevaba un sombrerillo andaluz, colocado con gracia. En la mano el látigo, que se me antojó como varita de virtudes, con que pudiera hechizarme aquella maga. No temo repetir aquí los elogios de su belleza.
Sin duda, si lo hubiera conocido antes, cuando el mal no había echado aún raíces tan profundas en él, le habría curado; pero el encuentro había ocurrido tarde, y si el Príncipe había olvidado durante un corto tiempo sus inveterados hábitos de vida y pensamiento, muy pronto había vuelto a ellos.
Manín para aquí, para allá: el grosero aldeano se había hecho famoso no sólo en Lancia, sino en toda la provincia. Aquel calzón corto, aquella media blanca de lana con ligas de color, chaqueta de bayeta verde y sombrero calañés, le daban un aspecto original en la ciudad, donde por milagro se veía ya un hombre con este arreo.
Un trajecito azul de pantalón corto y con las piernas al aire. ¿Y un sombrero claro? Sí, señor, y un sombrero blanco. ¡Es mi hijo! gritó, y echó a correr al telégrafo, donde se hallaba el delegado.
Sin embargo, se diferenciaban mucho en cuerpo y en alma. Martín era un mozo robusto, de espaldas cuadradas y cuello corto, que se deslizaba taciturno por entre las personas extrañas.
Pero la ebullición del Congreso llegó entonces a parecerse a una tempestad, y el honorable diputado, sintiendo hundirse el suelo bajo sus plantas y desplomarse el techo sobre su cabeza, cortó de pronto el hilo de su enmarañado discurso, y concluyó en seco.
Los enormes y desnarigados reyes de piedra que rodean el jardinillo, surgen de entre los árboles como grandes espectros blancos. Las llamas del gas se agitan en sus fanales de vidrio, proyectando sombras temblorosas en el suelo húmedo y barroso. No pasa casi nadie: sólo se oye de rato en rato la sorda trepidación del tranvía y continuamente el rápido y corto pasear de los centinelas de Palacio.
Y como su estatura le permitía ver por encima de los tejados, se dirigió hacia el puerto por el camino más corto. Ra-Ra, luego de quedar sumido en el fondo del bolsillo, se asomó á su abertura, braceando entre gritos de desesperación.
Habiendo hecho el plano de este itinerario, resultó claramente, como yo lo esperaba, que el nuevo tránsito practicado por mí era mucho mas corto, y no tan peligroso como el de Palta-Cueva. Camino de Moxos á Santa-Cruz de la Sierra por el rio Grande y el rio Piray.
Palabra del Dia
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