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Actualizado: 3 de noviembre de 2025


Cada uno a lo suyo. Las aves de corral a su pacífica tranquilidad, a engordar al sol; los pájaros errantes a cantar vagabundos, unas veces sobre un jardín, otras tiritando bajo la tempestad.

¡Buen remedio! respondió el Poeta . Derribaráse el corral y dos calles junto a él para que quepa esta tramoya, que es la más portentosa y nueva que los teatros han visto; que no siempre sucede hacerse una comedia como ésta, y será tanta la ganancia, que podrá muy bien a sus ancas sufrir todo este gasto. Pero escuchen, que ya comienza la obra, y atención, por mi amor.

Sacamos los vientres, recogimos la sangre, y a puros jergones los medio chamuscamos en el corral, de suerte que cuando vinieron los amos ya estaba todo hecho, aunque mal, si no eran los vientres, que aún no estaban acabadas de hacer las morcillas.

Antes tuvo Sevilla otros teatros en la parroquia de San Pedro, y en el corral de Doña Elvira, y en tiempo de este escritor había aún un teatro en el patio del Alcázar, mientras se construía de nuevo el incendiado.

En la escalera tropezó a Narcisa y la empujó, dejándola pegada a la pared, con la boca abierta. Atravesó la casa en una desalentada carrera, bajó al corral y a poco la portalada roja se cerraba con estrépito detrás de la niña de Luzmela. En pleno campo corrió sin tino, huyendo siempre....

Yo temblaba, y tuve que esconderme en el oratorio, porque delante de ellos hubiera perdido la dignidad de mi carácter. ¡Qué modo de saquear!...; en una palabra, la paja de los caballos, las gallinas del corral, los huevos, hasta unos tomates que tenía yo guardaditos en mi escritorio para hacer un gazpachito..., todo, todo se lo llevaron.

Negra se vio la justicia, negros los criados de doña Guiomar, para lograr, en fin, prender o ahuyentar a los malhechores que con don Baltasar de Peralta, en la casa, por el corral de la del rapista, habíanse entrado. Hallose que de ellos había muerto uno, quedando dos mal heridos, y asimismo heridos algunos de los criados.

Sobre el apelmazado suelo de un corral, entre un cascarón de huevo y una hoja de rábano, cerca del medio plato donde bebían los pollos y como á dos pulgadas del jaramago que se había nacido en aquel sitio sin pedir permiso á nadie, yacía una pequeña y ligerísima pluma, caída al parecer del cuello de cierta paloma vecina, que diez minutos antes se había dejado acariciar ¡oh femenil condescendencia! por un D. Juan que hacía estragos en los tejados de aquellos contornos.

Por fin, me harté. Un día me mandaron a la fuente con la chica, que ya tenía nueve años. La condenada fingió ir de buena gana, y a mitad de camino, escabullándose en los portales de la plaza, se metió a jugar en el corral de unas amiguitas. Allí se estuvo tres horas largas, mientras me volvía loca buscándola.

Y sabed, tía Zarandaja, que esta buena hacienda que tomáis, nada tiene que ver con lo que haya de pagarse a los bravos que con don Baltasar de Peralta, para resguardarle y asegurarle el golpe, hayan de entrar casa de la hermosa viuda; ni tampoco lo que haya de darse a los que con una silla de mano esperarán en mi corral para meter en ella a doña Guiomar, tapada la boca y atada; y porque vos busquéis a esa buena gente, que vos tenéis más conocimientos que yo, que no conozco más que pelones y personas de nonada, muy buenos para bravear de lengua y sin valor alguno para llegar a los hechos, estas riquezas os doy; que bien yo que una docena de hombres de alma y puños que se necesitan, los encontraréis vos a medio rodeo; y contando ya con que los buscaréis, porque veo que os vais guardando estos bendecidos doblones, os digo que no andéis escasa en prometerles, y con lo que pidieren por su pena y el peligro en que van a ponerse, a mi casa andad y se os dará lo que fuere menester; y no reposemos, que las noches son cortas, y las doce se echan encima en seguida.

Palabra del Dia

regocijándose

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