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Actualizado: 3 de noviembre de 2025
A las dos de la tarde me anclé en la parte del N: inmediatamente echè la vasijería en tierra, y con ella hice un corral provisional para encerrar los caballos que compré, y seguì la feria.
En el corral sólo se veían hombres vestidos de seda y bordados, jinetes amarillos con grandes castoreños, alguaciles a caballo, y los mozos de servicio con sus trajes de oro y azul.
Si el mundo se compusiera de gente como yo resultaría imposible la vida. También tengo mis ratos en que quisiera transfigurarme, ser ave de corral como toda la gente que me rodea.
Usted debe reconocer como yo, gentleman, que únicamente las mujeres pueden aceptar esta vida de ave de corral, en la que el deseo de vivir en paz ahoga todo sentimiento noble y elevado, en la que los cacareos domésticos constituyen la función intelectual de la mayoría.
Atravesando la vega en las horas de más sol, cuando ardía la atmósfera y moscas y abejorros zumbaban pesadamente, sentíase una impresión de bienestar ante esta barraca limpia y fresca. El corral delataba, á través de sus bardas de barro y estacas, la vida contenida en él.
Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.
Cargué la maleta, y en un santiamén Don Alonso, Marcial y yo salimos por la puerta del corral para no ser vistos; nos subimos a la, y esta partió tan a escape como lo permitía la escualidez del rocín que la arrastraba, y la procelosa configuración del camino.
Un autor primerizo se halla en el teatro, según la frase vulgar, «como gallina en corral ajeno». La misma timidez que informa sus gestos y palabras, desautorizándole, eriza su camino de pequeños obstáculos. Sus incertidumbres, su miedo al fracaso, le hacen accesible á las observaciones de todo el mundo.
Cristóbal de Virués. López Pinciano, sobre el drama español. Más duradera memoria dejaron algunos poetas de Valencia, que cultivaron la poesía dramática poco después de Juan de la Cueva. Valencia, que, juntamente con Sevilla, fué la ciudad más rica y populosa de la antigua España, estaba hacía tiempo en posesión de un teatro fijo, parecido al de Madrid, y llamado el corral de la Olivera.
Sólo ellos se aprovechaban de las ventajas del progreso nacional. Eran los perros más fuertes y ágiles, y se zampaban los mendrugos que la civilización arrojaba al paso, por encima de nuestras bardas, mientras el pobre mastín español soñaba en medio de su corral, flaco, enfermo y cubierto de parásitos.
Palabra del Dia
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