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Actualizado: 18 de junio de 2025


En el largo trayecto de la Cava al cementerio, que era uno de los del Sur, Segismundo contó al buen Ponce todo lo que sabía de la historia de Fortunata, que no era poco, sin omitir lo último, que era sin duda lo mejor; a lo que dijo el eximio sentenciador de obras literarias, que había allí elementos para un drama o novela, aunque a su parecer, el tejido artístico no resultaría vistoso sino introduciendo ciertas urdimbres de todo punto necesarias para que la vulgaridad de la vida pudiese convertirse en materia estética.

En las grandes tempestades el barco necesita achicarse, de alta encina quiere convertirse en humilde hierba, y como sus mástiles no pueden plegarse cual las ramas de un árbol, se ve en la dolorosa precisión de amputarlos, quedándose sin miembros por salvar la vida. La pérdida del buque era ya inevitable.

D. Álvaro hizo una mueca de desdén, y levantándose de la silla con señales de impaciencia, tendió la mano al sacerdote. Señor excusador, nuestra conversación, si se prolongase, podría convertirse en disputa. Siempre es mala educación disputar con las personas que vienen a visitarnos, pero en este caso, tratándose de un sacerdote, sería una verdadera ofensa. Diga usted cuanto se le ocurra, señor.

»Si se deja continuar este espectáculo subversivo, si no se le pone remedio, el llamado «partido masculista», insignificante y ridículo en el presente, crecerá hasta convertirse en una gran fuerza; los hombres querrán llevar pantalones, y nosotros, las mujeres que somos senadores, guerreros, funcionarios, en una palabra, todos los que desempeñamos un cargo público ó contribuímos á la buena marcha del Estado, todos los que somos cabeza de una familia, tendremos que vestirnos con faldas.

Y desde entonces, la gente joven, en sus tertulias del fumadero, llamaba «el rincón de los pingüinos» a esta parte del buque donde pasaban el día aisladas del resto del pasaje sus madres, sus hermanas y las respetables amigas de sus familias. Este «rincón de los pingüinos» era mirado poco a poco con cierto respeto, hasta convertirse, algunos días después, en un lugar envidiable.

En este libro se echaban por tierra todas las mentiras de los enemigos del catolicismo; su falsa ciencia, que no es más que soberbia, sus embustes contra la Inquisición y contra todos los grandes hechos de la Fe, que se presentan como crímenes. Al que lo leía no le quedaba otro remedio que convertirse.

Percibió en su boca un roce dulce, algo suave que le acariciaba sedosamente, y poco a poco fue extremando su contacto hasta convertirse en un beso frenético, desesperado, rabioso de dolor. El herido, antes de perder la vista, sonrió débilmente al reconocer junto a sus ojos unos ojos lacrimosos de amor y de pena: los ojos de Margalida.

No propongo traducciones, pero el plurilingüismo es palpable en mi sitio, y me parece que esto no tardará en convertirse cada vez más en una norma en la red." Tarde o temprano, ¿acabará correspondiendo la proporción de idiomas en la red con su repartición en el planeta?

Puesto que mi nombre, que yo no creía tuviese tanto crédito, ha podido convertirse para algunos libreros en un objeto de especulación, aprovecho la ocasión para declarar que esta última obra es con Juan Sbogar, Teresa Aubert y los volúmenes publicados con el título de Cuentos, Novelas y Misceláneas, todo lo que yo he hecho en este género.

Para recorrer el mundo en triunfo, sólo esperan que llegue en genio que de ellos se apodere, y, de materia épica algo informe que son todavía, los convierta en seres artísticos, con más realidad y significación y brío, para vivir en el alma y en la memoria de los hombres, que los héroes más reales y conocidos de la historia; para convertirse en personajes reales, aunque no hayan existido jamás, como sucedió con Semíramis y con tantos otros, de quienes la crítica ha venido a averiguar más tarde que nunca existieron.

Palabra del Dia

rigoleto

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