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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Y mientras su esposa la inspectora, delgaducha y metida en su vestido marrón bordado de azabache, conversaba con la señora de Voinchet hablándole de lo difícil que es hoy procurarse buenos criados, Delaberge se llevaba al inspector su amigo a un rincón de la sala preguntándole sobre todos los detalles del asunto que allí le había traído.
La mesa era servida lujosamente en el gran dormitorio, y ella, metida entre sábanas, con los platos á su alcance sobre un velador, reía y conversaba con los convidados. Transcurrían para ella meses enteros sin ver el exterior de su casa, olvidando los costosos objetos que su capricho había amontonado en las habitaciones.
Durante la prosaica operación, conversaba con las astillas y los carbones, y sirviéndose del fuelle como de un conducto fonético, les decía: «Voy a tener otra vez el gusto de dar de comer a ese pobre hambriento, que no confiesa su hambre por la vergüenza que le da... ¡Cuánta miseria en este mundo, Señor! Bien dicen que quien más ha visto, más ve.
Una hora larga hacía que la joven conversaba con el Amado de su corazón, sin que ningún pensamiento terrestre se deslizase en su arrobado espíritu. Nunca se sintiera tan abstraída y despegada de la carne y de los intereses mundanos. Todo el calor de su cuerpo se había refugiado en el corazón, que latía con inusitado brío. Tenía los ojos cerrados.
La enferma estaba ya en el lecho, y la anciana y la joven trabajaban hasta media noche. ¿Qué te pasa? solía decirme tía Pepa. ¿Qué tienes que así estás como pajarillo en muda? Nada tía. Este libro que me tiene interesado y lleno de curiosidad. Angelina conversaba de cosas indiferentes, pero a cada instante clavaba en mí una mirada llena de ternura.
Por espacio de tres ó cuatro días sólo con D. Prisco cambió algunas palabras. Pero su temperamento vivo y locuaz no tardó en levantar la cabeza. Comenzó á departir con la gente y á mezclarse entre los grupos de aldeanos buscando conversación. Algunos días montaba á caballo y se iba á la Pola y allí visitaba á los amigos y conversaba con ellos largamente.
Me dio miedo y entré en mi cuarto. Mi tía Medea conversaba en las habitaciones inmediatas con cuatro o cinco señoras viejas y de edades incalculables.
De ordinario, acabado el desayuno, mientras señora Juana retiraba los platos, Andrés se levantaba y se iba a la cocina: Señora Juana: vaya usted por allá; tengo muy buen arroz. Vaya usted, que ahora está todo muy bueno en el changarro. Hay una mantequilla que... ¡qué ya verá usted cómo se chupa los labios el amito! Volvía, tomaba asiento, y conversaba un rato.
Estas palabras no bastaron para disipar el fastidio que sentía sin saber por qué, y permanecí por algún tiempo silenciosa y quieta en mi asiento, observando al señor de Couprat que conversaba risueñamente con Blanca. ¡Ah, cómo me gustaba!
El espectáculo iba a terminar, y durante dos o tres escenas en las que ya no bailaban las primeras partes y durante las cuales el público conversaba casi en voz alta, hablose de la ópera Roberto el Diablo, que se estaba ensayando entonces y que debía representarse a los pocos días.
Palabra del Dia
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