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Actualizado: 14 de mayo de 2025


La condesa venía á verle todos los días, conversaba con él, le traía golosinas, le mimaba... pero ya no arreglaba la ropa. Su tristeza era visible para todos, que procuraban animarle, menos para ella. Una tarde, sin embargo, cuando estaba ya casi sano, la condesa asomó, como de costumbre, la cabeza y le preguntó si no se decidía á dar una vuelta por la huerta.

Conversaba con causticidad y cinismo; estaba muy desasnada, cogíanla de susto pocas cosas, y tenía no qué singular y picante atractivo en medio de su fealdad indudable.

Hay gentes que no pueden decidirse a volver a su casa; lo retienen a uno, y le impiden retirarse a hora razonable. Mientras la juventud conversaba así, de una manera general, el criado introducía sucesivamente a Max Platel y a Bertrán Gardanne. Cada uno de los que entraba era recibido con exclamaciones alegres.

Si cuando estaba picado de mala mosca su lenguaje era conciso y brutal y se comía a los niños crudos, cuando le volvía el buen humor su dicción se fluidificaba, adornándose con toda la hojarasca de la fanfarronería. Conversaba familiarmente con los muchachos, mostrándoles, ya la expresión seductora de sus sabidurías políticas, ya los dramáticos pasajes de su historia de mártir.

Púseme después a contemplar melancólicamente el jardín, por la ventana abierta, e iba ya recobrando mi sangre fría, cuando me pareció reconocer la voz de mi tía que conversaba con Susana. Me incliné un poco para escuchar la conversación. Usted hace mal decía Susana, la pequeña ya no es una niña. Si usted la maltrata, se quejará al señor de Pavol, que se la llevará. No faltaba más.

Algunos grupos donde se conversaba gravemente, enmudecieron cuando se acercó y cambiaron miradas significativas.

Decía él, y decía bien, que el casado a quien el cielo había concedido mujer hermosa, tanto cuidado había de tener qué amigos llevaba a su casa como en mirar con qué amigas su mujer conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni en los templos, ni en las fiestas públicas, ni estaciones -cosas que no todas veces las han de negar los maridos a sus mujeres-, se concierta y facilita en casa de la amiga o la parienta de quien más satisfación se tiene.

Mientras don Mariano se desvelaba recordando las gracias y donaires de Coca, Coca conversaba largamente con Laura sobre don Mariano. Las dos hermanas dormían en la misma habitación desde que muriera su madre. Y, una vez apagadas las luces, antes de dormirse, aprovechaban ese momento de silencio e intimidad para hacerse sus inocentes confidencias y comunicarse sus temores y esperanzas.

Realizada aquella operación, se ennegrecieron las «damas», que sentadas en los bancos fueron revistadas por Melchor, de cuyo panamá bajó sobre los ojos el ala delantera. Al llegar frente al farol de la pared vio, bajo la penumbra de éste, una pareja que conversaba íntimamente. ¿Y ustedes?... ¿qué hacen, que no bailan? «Ahura» hemos de bailar, señor, lo que toquen.

A los cinco minutos de imaginarlo entraba Pateta en el comedor, donde, terminado el almuerzo, conversaba la familia tranquilamente antes de que Pepe marchase a su trabajo; doña Manuela y Leocadia estaban doblando el mantel, don José haciendo pitillos y Tirso hojeando un libro.

Palabra del Dia

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